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Raquel C. Pico
Viernes, 26 de enero 2024, 00:20
Todo empezó en Bulgaria, en un congreso sobre la vid. «Había un rosal lleno de flores y me acerqué», explica ahora Carmen Martínez, directora del Grupo VIOR (Viticultura, Olivo y Rosa) de la Misión Biológica de Galicia-CSIC, «y al olerlo me vino un recuerdo de la infancia».
Esa magia de la memoria dio el chispazo para la ciencia. Martínez empezó a investigar sobre el rosal de su infancia, que crecía en la casa familiar de Cangas del Narcea. Lo que descubrió junto a su equipo es que aquella rosa -ahora llamada rosa narcea- era única. «Sabíamos que este rosal era muy antiguo», señala. Un superviviente de la desaparición de los jardines europeos de las rosas autóctonas en el siglo XIX. La narcea es un híbrido natural de las rosas centifolia y la gálica.
Ya solo esto haría de este rosal un elemento interesante porque es un testigo de algo perdido y ayuda a recuperar la biodiversidad, clave para la resiliencia ante el cambio climático. Pero, además, esta rosa de olor especial es en sí misma un recurso. «En España no hay tradición de cultivo de rosas, menos aún antiguas», señala la experta. Esto no quiere decir que estas flores no sean un elemento de valor. De ellas se extrae aceite esencial. Las rosas narceas son muy ricas en polifenoles con aplicaciones en campos tan variados como la gastronomía, la medicina o la cosmética. Es «un recurso agrario único», resume Martínez.
De hecho, se ve esta flor como un elemento de elevado potencial para la zona en la que se ubica. La rosa se ha adaptado a su geografía: para crecer, necesita su suelo fresco y húmedo, las temperaturas típicas de la primavera asturiana y que no haya un exceso de horas de sol. Necesita, en resumidas cuentas, el valle del río Cibea, el área de Cangas de Narcea.Esta es una zona de pasado minero y que se ha enfrentado en los últimos tiempos a la despoblación.
Las rosas ofrecen así un nuevo recurso económico único para la zona, lo que ayuda a diversificar las opciones de vida con una potencial fuente de emprendimiento rural.
El propio proyecto ha nacido conectado con la Plataforma Alcinder (Alternativas Científicas Interdisciplinares contra el Despoblamiento Rural). Son, se podría decir, rosas contra la despoblación.
Desde el grupo de investigación ya se ha creado una empresa de base tecnológica para su cultivo, Aromas del Narcea. «Tenemos ya 10.000 plantas», apunta Martínez, y esperan llegar «hasta 40.000». Ya han recibido el premio de innovación y sostenibilidad de la Academia del Perfume y el interés de las empresas.
La rosa es, además, una flor protegida, por lo que se puede trazar de donde viene y a dónde va. Potencialmente, podría, por ejemplo, convertirse en la nota de olor exclusiva de un nuevo perfume.
«Hay que olerla», insiste Martínez. Para ello habrá que esperar a la próxima primavera cuando esta rosa «de color fucsia, un potente rojo púrpura» y notas verdes y dulces florecerá en las montañas asturianas.
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