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Los secretos de la botella de sidra

«Los escanciadores automáticos son una pérdida de identidad que no nos podemos permitir», defiende en la Fiesta de la Sidra Natural El etnógrafo Inaciu Hevia desgrana las claves de «uno de los iconos de Asturias»

A. VILLACORTA

GIJÓN.

Miércoles, 21 de agosto 2019, 01:23

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«Las botellas de sidra, uno de los grandes iconos de Asturias, tienen un porqué: ser escanciadas». Así que el etnógrafo Inaciu Hevia Llavona, uno de los mayores expertos en el arte de desentrañar los secretos que rodean a la bebida autóctona -esa que llevamos trasegando a buen ritmo en esta tierra desde tiempos inmemoriales- lanzó ayer un ataque en toda regla a la línea de flotación de los escanciadores automáticos.

«La gran ventaja del escanciado a mano -a lo que se debe tender con una bebida que está tan viva como la sidra y en la que prácticamente no hay dos palos iguales- es que un buen escanciador -y en Asturias tenemos enormes profesionales- sabe si la tiene que echar más hacia adelante o más hacia atrás, si conviene que un palo rompa más o menos». Y eso, como bien saben los sidreros de pro, «una máquina todavía no lo hace».

Así que, en su opinión, «los escanciadores automáticos son una pérdida de identidad que no nos podemos permitir». Máxime, teniendo en cuenta que «estamos ante una botella y una cultura únicas en el mundo». Un tesoro que, «tras 139 años de historia, sigue siendo el modelo que usan los llagareros asturianos para la sidra natural sin perder su esencia».

La Industria, en 1882. Abajo a la izquierda, sentado, Antonio Truan Luard y, a su lado, en el suelo, su hijo Rafael Truan Uría, que apoya su mano en el 'molde hierro' de tres piezas, «la joya de la corona». :: foto de Jules David. colección Luis Truan Vereterra, tomada de 'Arte e Industria en Gijón 1844-1912', de francisco Crabifosse Inaciu Hevia Llavona.
La Industria, en 1882. Abajo a la izquierda, sentado, Antonio Truan Luard y, a su lado, en el suelo, su hijo Rafael Truan Uría, que apoya su mano en el 'molde hierro' de tres piezas, «la joya de la corona». :: foto de Jules David. colección Luis Truan Vereterra, tomada de 'Arte e Industria en Gijón 1844-1912', de francisco Crabifosse Inaciu Hevia Llavona. J. C. TUERO

Esa fue la conclusión de la conferencia 'Historia de la botella de sidra asturiana', que Hevia Llavona pronunció pasado el mediodía en la plaza Mayor de Gijón, una de las actividades de la Fiesta de la Sidra Natural de la ciudad. Y ningún lugar mejor, porque en ella nació el recipiente de vidrio verde esmeralda que se ha convertido en santo y seña de Asturias a lo largo y ancho de todo el planeta.

Fue allá por 1880. En la vidriera La Industria, «situada junto al actual Paseo de Begoña». Y todo, «gracias a una innovación técnica que era el 'molde hierro' de tres piezas. Y de ahí que su nombre inicial fuese botella 'molde hierro', aunque pronto comenzaron a ser conocidas popularmente como 'les botelles de Xixón'».

Los hermanos Truan -al frente de la dirección técnica de la empresa y que se inspiraron en los modelos ingleses- estuvieron tras este emblema tan fácilmente reconocible por su tono, «pensado para proteger la sidra de la luz, pero que antes era mucho más oscuro. A veces, hasta azulado. En ocasiones, casi negro. Y cuya fórmula se guardaba en cajas fuertes. Aunque, hubo otros, como el vidrio transparente de las llamadas 'mexu de gatu'. «Rarezas, fallos de fábrica que nunca convencieron ni a los llagareros ni a los clientes».

O incluso las de color ámbar, llamadas 'les colloraes'. «En 1964, era la época de corchar y los llagareros no tenían botellas, así que elevaron sus quejas al gobernador civil, que dio la orden de que se hiciesen como fuera». Dicho y hecho. «Se fabricaron decenas de miles que aún pueden hallarse». Joyas de coleccionista.

Porque, además de que «les botelles de Xixón» sean un prodigio del diseño ideado para que la sidra espalme como mandan los cánones, «tienen la ventaja no solo de ser reciclables, sino también reutilizables las veces que sea necesario», y, así, «no es extraño encontrar botellas de los años sesenta y setenta en servicio».

«Sin ir más lejos, esta misma semana, saliendo a tomar una botellina por Gijón, nos sirvieron una de 1964», explicó Inaciu Hevia, sabedor de que cada una de ellas encierra enigmas que hay que saber descifrar. «Por ejemplo, hay algunas con un nombre grabado. Generalmente, el de algún indiano con posibles». Un capricho.

Y, en su interior, invariablemente, 700 centímetros cúbicos del néctar de la manzana, «una medida inspirada en la antigua puchera. Y, de hecho, antes se decía 'tomar una puchera de sidra'». Secretos que se guardan en el «culo o culu» de la botella y, de ahí, «culete o culín», insiste Hevia.

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