Ver fotos
Adiós a Conchita Quirós, la librera más querida
Al frente de Cervantes, supo transmitir como nadie su amor por los libros a la sociedad asturiana, a la que deja un poco huérfana
azahara villacorta
Miércoles, 24 de febrero 2021
A Conchita Quirós era muy difícil no llamarla en diminutivo. Nada del Concha que ella reivindicaba o Concepción, el nombre que aparece en la esquela ... que ayer colgó de las puertas cerradas de la Librería Cervantes como un mazazo para cientos de personas, de Oviedo a Buenos Aires, que recibieron la noticia de su fallecimiento a los 85 años, en su casa de Oviedo y por causas naturales, durante la pasada madrugada, con el dolor con el que se concluyen los libros que uno ama. Porque Conchita Quirós, la librera decana de Asturias, de largo la más querida, fue, sobre todo, eso:amor a los libros. Una pasión que heredó de su padre, Alfredo Quirós, don Alfredo, y que supo transmitir como nadie a la sociedad asturiana, desde ayer, un poco más huérfana sin esta mujer-faro, una pionera que estuvo al pie del cañón hasta el final, tesón y carisma contra viento y marea. Una de esas imprescindibles que hacen más grande el territorio que habitan sin darse importancia.
Nacida en Pillarno (Castrillón), pueblo natal de sus progenitores, el 21 de mayo de 1935, la vida de Conchita Quirós estuvo siempre estrechamente vinculada a Oviedo, donde se crió entre libros. La propia Concha decía a menudo que había heredado el carácter de su padre y de su madre, a partes iguales. De Alfredo, la vena literaria, la pasión por los libros. De su madre, Aurelia Suárez, maestra, el espíritu luchador, no rendirse nunca ante las adversidades.
El fundador de Cervantes era un librepensador y un idealista que allá por 1921 decidió abrir una librería en la calle Doctor Casal, en una parcela próxima a su actual ubicación. Fue un tiempo después de su regreso de Cuba, desahuciado y, decían, cercano ya a su final. Error de cálculo, porque, en sus casi cien años de vida, construyó parte de la historia cultural de la ciudad. Una tarea que culminó su hija Conchita, mujer emprendedora, progresista, adelantada a su tiempo, vanguardia. La única de sus cuatro hijos que siguió el camino de las letras, la mayor. Porque si don Alfredo se arriesgó a vender libros prohibidos y a alimentar su pequeña trastienda 'oculta' en la que crecieron literariamente muchos de los nombres que hoy conforman las letras asturianas en mayúsculas, Concha prosiguió esa labor, ya en otras circunstancias sociales y políticas, hasta llegar al día de hoy, cuando su sobrino Alfredo continúa con su legado.
Licenciada en Magisterio y Filosofía y Letras, un acontecimiento que cambió para siempre su vida fue la decisión de irse a París en los sesenta con una beca del Gobierno francés para estudiar el sistema de gestión literaria y editorial en el país galo.
Noticia Relacionada
Una mujer inmortal casada con los libros
De aquella etapa contaba numerosas anécdotas: ver por primera vez un centro comercial, volver desnutrida por el hambre que le hicieron pasar las monjas de la residencia en la que se hospedaba, hacer prácticas en varias librerías. Una época fundamental en su futuro y su carácter viajero y curioso, independiente y fraterno, porque, mientras lustraba suelos en una casa señorial parisina, en su cabeza nacía la idea de construir una librería diáfana, con varios pisos, dedicados a distintas temáticas, con poco mostrador. «Fuera barreras, que la gente vea los ejemplares». El espíritu de mayo del 68 se hacía fuerte en ella.
Así que, a su regreso a Asturias, atesoró no pocas rupturas en unos tiempos duros para las mujeres que abrían brecha. Por ejemplo, fue una de las primeras conductoras de la capital, y era saludada con entusiasmo día tras día por los guardias de tráfico, que la animaban con un «Hale, hale, que hoy ya lo haces mejor que ayer», como le gustaba relatar entre risas. Oaquel día en el que un banquero se negó a hablar con ella, exigiendo tratar con el hombre al frente del negocio.
Hasta que, tras recoger el testigo paterno, Concha tomó definitivamente las riendas. Y, con ellas, varias decisiones de calado como buscar un local más amplio y acercarse a una clientela deseosa de novedades. «De best-sellers, pero también de títulos humildes». Todos tenían su hueco en Cervantes, como apuntaba ayer el escritor Paco Álvarez. O como organizar un foro cultural, Foro Abierto, con una intensa actividad cuando aún pocos lo hacían, contaba el librero Rafa Gutiérrez Testón.
Una labor incansable que la hizo merecedora de numerosas distinciones como la Medalla de Plata de Asturias, que recibió en 2007. A ella y su librería, entre cuyos hitos destacan también el impulso al Premio Tigre Juan, la fundación de la editorial Trea, la creación del Premio Alfredo Quirós y la distinción de Mejor Librería del Año que le otorgó en 1996 la Federación del Gremio de Libreros de España.
Con la desaparición de Conchita Quirós –también orgullosa pregonera de San Mateo–, la cultura asturiana pierde a un referente, a un motor cultural de la ciudad que consiguió colocar al establecimiento de Doctor Casal entre las diez primeras librerías de España, por trayectoria y volumen de ventas y que, en plena pandemia, estaba convencida de que «los libros llenan a la gente de fuerza en tiempos difíciles», como dejó dicho en la última entrevista concedida a este periódico, el mes pasado.
Tiempos convulsos en los que los lectores seguían encontrando en Conchita las mejores recomendaciones y esa sonrisa cómplice que jamás escatimaba. «Nunca supe cómo eran sus ojos porque siempre los achinaba y sonreía todo el tiempo al hablar con la gente», contaba el dibujante Alfonso Zapico. Toda una experta en forjar lectores y tratar por igual a grandes que a pequeños, como atestiguaban las condolencias llegadas lo mismo del presidente del Principado, Adrián Barbón, quien se enorgullecía de su amistad, que de editoriales, autores, libreros... Una fértil república de letras en la que Conchita Quirós cuidaba de unos y de otros, convirtiendo Cervantes en «una referencia absoluta en el panorama literario y editorial español, un verdadero hogar donde escritores y lectores nos hemos venido juntando, en alegre algarabía, durante estas últimas décadas», escribía el director de la Fundación Municipal de Cultura de Gijón, Miguel Barrero, con una «una tristeza indescriptible».
Eso era Concha, pero también la historia que Barrero desveló:«Hace algunos años, una gran cadena de librerías le hizo una oferta jugosísima para que les traspasara el negocio. Ella aceptó sin dudarlo porque le garantizaba una jubilación dorada, pero, cuando estaban cerrando el trato, los compradores le dijeron que, antes de formalizar la operación, debía despedir a un porcentaje importante de sus trabajadores. '¿Cómo voy a echarlos, si son mi familia?', preguntó ella. Y no vendió. Y se quedó. Y ha estado hasta sus 85 años en la trinchera, defendiendo los libros y la cultura, que es defender la vida y la alegría. Así de grande era. Buen viaje, querida Concha. Cómo te vamos a echar de menos». Hasta siempre, doña Concha.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión