Celia Herrero: «Estamos en una sociedad tan desmemoriada que sentí la necesidad de rememorar a los que vinieron antes»
La periodista presenta mañana en la Escuela de Comercio de Gijón 'La niña del acerico', novela coral que refleja la vida cotidiana de la España de los años 40 a 60, un tiempo de grandes penuria y pequeñas heroicidades
Novela de personajes, de las que sumergen en la historia a través de las pequeñas historias, de las que saben tocar la fibra y deslumbrar ... con frases, párrafos y escenas redondas. 'La niña del acerico', obra que acaba de parir Celia Herrero Medina –periodista muy vinculada a Asturias– es todo eso y más. Un artefacto que engancha al lector y le hace empaparse de la vida íntima de una generación, la de los españoles que lo fueron entre los años 40 y 60 del pasado siglo, un tiempo de privaciones, miseria y silencios, pero también de solidaridades y heroicas batallas en cada casa para llenar el plato a los de la propia sangre, de dignidades contra viento y marea y de amores con todo en contra.
La autora presentará la novela mañana a las 19 en la Escuela de Comercio de Gijón. ¿Cuál fue su motivación para escribirla? «Estamos en una sociedad tan desmemoriada, donde nada dura nada y la tolerancia y la frustración es ninguna» –responde la autora–, «sentí la necesidad de rememorar a los que vinieron antes, los que lucharon consolidando los derechos de todo tipo que hoy tenemos». El hilo conductor lo encontró en casa, en su propia madre. Puso el foco en su familia «y las personas que la rodearon, pensando en lo que podían haber sido si los mimbres fueran otros».
El viaje de Aurelia
Tocó revisar el álbum de fotos, los documentos guardados con polvo, hablar con los unos y los otros, estudiar y repasar documentales. Tocó pisar la playa de Argelès-sur-Mer, hoy una suerte de Benidorm, en aquella época un campo de concentración al que llegaron exhaustos 100.000 compatriotas que buscaban refugio en Francia. Tocó escuchar y con cada hilo trenzar las historias, dejando que la imaginación completara los huecos o desviara la puntada para redondearla.
El texto principia así con Aurelia, una niña de cinco años que deja atrás su pequeño pueblo de montaña malagueña para irse a vivir a Madrid con su padre. Para ella ese albañil que emigró por delante para reunir unos cuartos para su familia «solo era ese hombre al que agarraba su madre del brazo desde la única foto en blanco y negro del día de su boda», describe el primer capítulo. Atrás quedan las raíces, los campos, los amigos. Por delante, esa capital en la que medio país busca un porvenir que costará encontrar.
Subiéndose con Aurelia y su madre a ese tren el lector se irá adentrando en una España «estrecha como un embudo, autárquica, áspera y difícil en la que hay mujeres y hombres que luchan para sobrevivir», sitúa Herrero Medina. Una vida de «casas a juntas y puchero de todos los días, trabajos precarios e infancias abreviadas; aquellos niños no tuvieron casi infancia, ni juguetes, enseguida se ponen a trabajar», agrega.
Por las páginas van emergiendo la maestra republicana que supo jugar sus cartas para volver al oficio, el fíu de minero del Caudal que se queda huérfano y acaba de sacerdote «no sé si por vocación o por inercia», la mujer que tiene que soportar que su madre no tenga una gota de aprecio por ella y quizás eso explique su incapacidad para querer a su marido. Está la vecina que ayuda, el tendero que, discreto, deja alguna vianda de más en la bolsa. Está ese primer piso propio, los apaños para amueblarlo, la vecina que suministra ungüentos a la madre que no quiere volver a serlo, la llegada del primer televisor.
El libro avanza ganando luz, recolocando recuerdos y genealogía en quien se acerca a él, devolviéndole a la casa de los abuelos, a sus olores.
Uno de esos textos que se sienten tanto como leen.
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