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Pudo haber sido una auténtica catástrofe con un buen número de muertos y heridos. Y no lo fue gracias a José Rubio Sanabria, maquinista, y ... Juan Fueyo, fogonero, que se jugaron el cuello y protagonizaron una actuación no solo heroica sino también precisa, quirúrgica, perfecta. Esa aventura vivida en octubre de 1951 acaba de llegar al Museo del Ferrocarril de Asturias. Ana Rubio Torrillate, la hija de aquel maquinista que falleció hace ya más de treinta años atrás, ha soplado más de ochenta velas y después de guardar toda una vida como oro en paño el relato que en diciembre de 1951 publicó la revista 'Semana' de la acción protagonizada por su padre y la imagen de él junto a su compañero fogonero, ha acudido allí para donarlo y para que aquella auténtica heroicidad no caiga en el olvido.
No es extraño que sienta un orgullo infinito por su padre porque lo que aquellos dos hombres hicieron es digno de una película de Hollywood. Se cree que el accidente que no llegó a producirse en realidad ocurrió en octubre de 1951, cuando Renfe estaba prácticamente recién creada. El correo que llegaba de Madrid viajaba con dos locomotoras para poder tirar de todo el peso y soltaba una de ellas en La Algodonera, que es donde estaba el depósito, porque para llegar a la estación de Gijón, donde ahora se halla el Museo del Ferrocarril, no necesitaba ya de esa tracción, dado que el camino que faltaba era cuesta abajo. Y entonces se produce un auténtico lío de locomotoras en las vías. «En paralelo hay un tren de trabajos y la locomotora se escapa y va en dirección a Gijón a chocar con el expreso», explica Javier Fernández, director del Museo del Ferrocarril. Aclara que el maquinista y el fogonero de esta habían saltado y transitaba sola en dirección contraria a la que debería de ir y cuesta abajo porque había salido otro tren que no debía estar en la vía yendo hacia ellos, razón por la que la orientaron marcha atrás y huyeron. Y lo que hace nuestro héroe en esta situación tan dramática es echar a andar su locomotora y se pone de delante de ella para conseguir frenarla. «En Gijón no se enteran, pero de no haberlo hecho hubiera chocado contra el tren de viajeros que acababa de llegar a la estación», añade Cristina Fernández, del centro de documentación del museo. Es Gijón, como todo el mundo sabe, estación de término de modo que esa máquina despendolada desde Veriña podía haber convertido el expreso en un acordeón al chocar contra la topera. Ese tren podría perfectamente tener a 300 pasajeros a bordo. «No sé del número de muertos del que estaríamos hablando, pero muchos», concluye Cristina Fernández.
Ana, la hija del maquinista tiene auténtica admiración por su padre y quiere que esta aventura no caiga en el olvido. «En su familia conocen la historia y ella lo que quiere cuando nos trae esta documentación es que se preserve». Es curioso que Renfe en su momento gratificó al maquinista con 4.000 pesetas y al fogonero con 2.000, pero el dinero está siempre muy por debajo del orgullo que ella siente por la heroicidad de ese hombre, que además demostró una pericia absoluta para ajustar la velocidad y obrar ese pequeño milagro de detener la locomotora desbocada. «Él tiene que calibrar a qué velocidad va la otra para ponerse a la misma y frenarla», relata Fernández.
En el museo nada sabían de esta historia que considera su hija que no tuvo la relevancia ni el reconocimiento debido. «Fue una acción noble, absolutamente altruista, se podían haber matado los dos y se la jugaron la vida de una manera muy templada», revela Cristina Fernández, feliz de poder recuperar estas historias de vida que tienen una importancia sobresaliente. «Para esto sirve el museo también, para que 75 años después esto se sepa», remata.
Ana, la hija, hoy aún recuerda aquel día: «Yo tenía 14 años, pero entonces los medios de comunicación no eran como ahora y aquí en Oviedo se comentaba, pero evitó una catástrofe y a mí me gustaría que eso fuese reconocido», dice sobre la actuación de su padre, que había nacido en 1901 y falleció en 1991.
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