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Una emocionada Montserrat Martí Caballé, en el Filarmónica, ante un retrato de su madre. MARIO ROJAS
«Mi madre era de otra galaxia»

«Mi madre era de otra galaxia»

Montserrat Martí ofrece en Oviedo su primer recital tras el fallecimiento de la Caballé

AZAHARA VILLACORTA

OVIEDO.

Jueves, 1 de enero 1970

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Minutos antes de salir al escenario del ovetense Teatro Filarmónica, ayer al filo de las ocho de la tarde, Montserrat Martí Caballé, de negro riguroso, tenía «un nudo en la garganta», una mezcla de «emoción y dolor» que le atenazaba las cuerdas vocales, le llenaba los ojos de lágrimas y le hacía temer por su voz: «No sé si podré dar una nota». Porque, ayer, apenas dieciocho días después del fallecimiento de la gran Montserrat Caballé, su hija volvía a cantar y lo hacía en Oviedo, una ciudad «de la que ella siempre hablaba muy bien» y en la que las dos pasaron «muy buenos momentos».

El recital de ópera y zarzuela -con obras de Donizeti, Rossini, Mozart, Falla, Torroba o Penella, organizado por la Sociedad Filarmónica de la ciudad con el auspicio de la Fundación Banco Sabadell y con la participación del barítono Luis Santana y Antonio López Serrano al piano- quería ser un tributo póstumo a la que fue la soprano de todos. Una catalana universal ya convertida en leyenda de la música y que, como recordaba poco antes de que diese comienzo el concierto su hija, utilizando un símil futbolístico, «era de otra galaxia, como Messi». Una cantante a la altura de mitos como la Callas o la Tebaldi que formaba parte de una constelación de astros en la que no deja sucesora: «Está difícil, ya lo dijo ella misma. Hay cosas que solo ocurren una vez en un siglo. Hubo una época en la que coincidieron todos: Plácido Domingo, Carreras, Pavarotti... Diez años antes, Callas... Son épocas en la historia que pasan y cuesta que se vuelvan a repetir. Ojalá».

Pero con Caballé no solo se ha ido una de las grandes voces líricas del siglo XX, con el 'la' que precede al nombre de las grandes ganado por derecho propio en teatros de todo el planeta, sino también -dijo Martí- «una mujer una humanidad impresionante y de una generosidad muy grande, siempre pensando en los demás. Ella, simepre la última. Esto es lo que siempre nos han enseñado en casa y ella se fue de la misma forma: sin querer hacer sufrir a nadie y diciendo que estaba bien hasta el último momento».

«Es muy difícil encontrar una sucesora. Hay cosas que solo ocurren una vez en un siglo»

Y, por eso, desde su partida, su hija no ha parado de recibir el afecto de la gente, «conocida y desconocida». La última vez, viniendo hacia Asturias: «En el avión, la azafata me cambió de asiento. Yo estaba en el 1C y me puso en el 1A, que siempre ocupaba ella. Vaya por donde vaya, todo el mundo me muestra su cariño. Por la calle, la gente se me abraza llorando. Es algo muy bonito, pero a la vez muy doloroso. Se agradece, pero no ayuda mucho a pasar el duelo. Aunque algún día tenía que volver a cantar. Hay que pagar facturas».

De la reina Sofía («además de ser una gran melómana, quería mucho a mi madre y era algo mutuo, se consideraban amigas») al Camp Nou: «El otro día, los jugadores del Barça le dedicaron el partido, nos invitaron al palco, sonó la canción de Freddie Mercury y todo el campo se puso en pie, aplaudiendo».

Así, con la sensibilidad a flor de piel, más de cuatrocientas personas se congregaron anoche en el Filarmónica, frente a un escenario presidido por una foto que la soprano que lloró por el Liceu dedicó a la Filarmónica en uno de los cuatro conciertos organizados por la sociedad que ofreció en Oviedo: dos en 1963, otro más en 1964 y el último, del quel próximo año se cumplirá medio siglo, allá por 1969.

«Ella nos hizo vivir, con toda intensidad, la belleza de su voz y su debordante simpatía y humanidad», recordó el presidente de la Filarmónica, un Jaime Álvarez-Buylla también muy emocionado que concluyó su intervención con un «¡Viva la Caballé!». Así que, cuando Montserrat Martí salió a escena, una calurosa ovación la llevó junto a ella y, cuando al intermedio la junta directiva le ofreció como obsequio bombones de Peñalba, volvió a sentirla cerca. «Le encantaban», le contarían luego. «Le daban energía cuando atacaba 'Casta Diva'».

Y en agradecimiento, Martí Caballé, 'Montsita', en lugar de un aria de 'La Traviata' prevista en el programa, interpretó 'O mio babbino caro', que tantas veces cantó a su lado, además de tres bises: una pieza de 'El barberillo de Lavapiés', 'El dúo de los gatos' de Rossini y el inmortal 'Granada'.

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