Morricone absoluto

A la fascinación transmitida contribuyen la dirección musical y arreglos de Billi, pulcros; el efectista vestuario de Delagneau; las arriesgadas luces de Salicrú, y los reflexivos textos de Belda. Desenlace redondo en 90 minutos.

Ejes centrales: Leonardo Farina, como Morricone; su alter ego, Giovanni Leone, y una marioneta. El conjunto gravita en su órbita, primando los pasajes corales ágiles, acoplados y elocuentes. La acción principia con las luces del auditorio encendidas. Al fondo, un panel grisáceo con bocetos y partituras servirá de pantalla emisora de fragmentos de películas, rostros de actores y retazos familiares del compositor.

El músico trabaja de noche rebuscando percepciones. A cada nueva composición antecede el sonido electrónico de Roser y Meerwin, mezclado con risas, charlas y gritos de unos bailarines que ejercitan movimientos espasmódicos y poéticos. El 'mix' musical abarca pasajes de 'Cinema Paradiso'; 'El bueno, el feo y el malo'; 'Érase una vez en el Oeste'; 'La Califfa'; 'Érase una vez en América'; 'La Misión', y de 'Sacco y Vanzetti', compases de 'Brindemos por ti' entonado por los danzarines. La nostalgia se infiltra con 'Parlami di te', 'Il mondo' y 'Sapore di sale'.

El proscenio se atiborra de focos, micrófonos, atriles, partituras, equipos de grabación, vinilos, metrónomos, un piano, una trompeta, títeres, sillones con ruedas, rosas rojas. Incluso, un intérprete circula parsimonioso en bicicleta.

Conmueve la voz de Morricone exteriorizando su visión de la música, método de trabajo, aficiones, dudas y su discurso agradeciendo un Óscar. Más aún, al compartir un testamento pletórico de lucidez. Ballet fulgurante.