

Secciones
Servicios
Destacamos
Se da una liturgia peculiar en los conciertos de Sokolov. Empieza por la sala del Auditorio «a media luz», como la cita en «Corrientes 3, ... 4, 8» que entonaba aquel Gardel que, al sentir de la muchachada, cada día canta mejor. En la penumbra, aparece el pianista por la puerta izquierda. Atronadores aplausos le reciben. Él, sin prestar atención, se encamina como un autómata con apresurados pasos al piano. Y, sin más preámbulos, como si tuviese 'mono' de teclas, empieza a hacer hablar al piano, ante las mil personas que abarrotan el Auditorio. Y a los pocos minutos olvidamos su manera de tocar, para adentrarnos en un proceso de fascinación que trasciende la sonoridad del piano para adentrarse en el corazón.
Ayer, los 'sokolojistas' volvimos a estar de enhorabuena con esta nueva visita del maestro de maestros. El programa, algo heterodoxo para un pianista, emparejaba dos compositores. Por una parte, composiciones del 'virginalista' del renacimiento inglés William Byrd, y por otra, las 'Cuatro baladas', op. 10 y las 'Dos rapsodias', op. 79, de Brahms. Recordemos que el 'virginal' es un hijo menor del clavecín, pero con una sonoridad que se acerca al laúd, la vihuela y otros instrumentos de cuerda pulsada. A Sokolov, llevar la cuerda pulsada al piano, sin perder esa magia tímbrica, le debe atraer. En Oviedo, lo hemos visto con un programa que se iniciaba con Purcell, y Couperin o Rameau son frecuentes en los bises. Las versiones de Byrd se caracterizaron por un toque especial por el que el piano imitaba perfectamente la sonoridad de la cuerda punteada. Esto lo consigue por el juego del pedal, la digitación, el ataque y sobre todo por un sentido del estilo que sabe trasladar con rigor y emoción al piano.
En la segunda parte, Sokolov recreó una muestra del mundo pianístico de Brahms de trasfondo poético. Las 'Cuatro baladas para piano', impregnadas de sugerencias literarias y en la que se encabalgan melodías apenas sin desarrollo, y las 'Dos rapsodias'. El título de rapsodias nos hace dudar, ya que son obras más cercanas a las baladas juveniles de Brahms que a la improvisación o al popurrí. Fue un Bramhs de una continuidad completa, sin descanso. El piano trascendido por un lirismo y un afán narrativo de sugerentes fraseos, a lo que se sumaban las dinámicas muy contrastantes entre los matices fuertes y suaves.
Dentro de esa liturgia que aludimos al inicio de esta crónica están los bises o propinas que constituyen una tercera parte del programa. Ayer, fueron seis. En ellas alternó la música barroca para clavecín, terminando en una transcripción de Johann Sebastian Bach en la última propina con la música romántica. Empezamos con una chacona en sol menor de Parcel de ritmos punteados. Siguió con dos mazurcas de Chopin. Con el público entusiasmado, atacó el 'Tambourin' de Rameau volviendo al juego del clavecín. De nuevo, otra mazurca de Chopin, para ya terminar de una manera pacífica, confortable, con un coral de Johann Sebastian Bach, momento en el que se encendieron las luces para indicar que esta fiesta había terminado. Sokolov tocó por primera vez en Oviedo en el Campoamor hará 40 años. Lo sorprendente es que ayer continuó con la misma pasión, el mismo entusiasmo y esa misma capacidad de emocionar y convencer.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.