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Entre las versiones de 'Aida' escenificadas por Franco Zeffirelli, la que vimos ayer en el Campoamor fue calificada por el director de cine y ... escenógrafo de ópera como «la mia piccolina Aida». Pequeñita si se compara con las dimensiones colosales de la Arena de Verona o las grandes producciones de Hollywood y que Zeffirelli tuvo que recrear y reducir para el Teatro Verdi de Busseto, por cierto, un teatro cuyas dimensiones de aforo y de escena son la mitad del Campoamor. Paradójicamente, lo pequeño no excluye a lo grandioso. Y esta versión de 'Aida' representada dentro de la Temporada de Ópera de Oviedo resulta monumental, aunque por ella no desfilen elefantes ni nos apabullen ciclópeas arquitecturas. Bellísima la escenografía, que combina un aire cinematográfico al estilo de 'Los diez mandamientos', de Cecil B. DeMille, con esfinges, jeroglíficos, dinteles de templos y paisajes del Nilo que evocan al Antiguo Egipto. El público de esta primera función, tan exigente que no tiene pelos ni en la lengua ni en los pies, salió del teatro encantado, como si llevase tiempo esperando una función, bella, tradicional, y emotiva.
Al servicio de la cuidada escenografía de Zeffirelli está una atinada dirección escénica de Vivien Hewitt que consigue, con naturalidad, combinar las dos ideas fundamentales de la ópera de Verdi. Por una parte, la grandiosidad sin estridencias. Concretamente, es admirable que en el segundo acto, con casi ochenta personas en el escenario desfilando y cantando el 'Gloria a Egipto', la escena, lejos de parecerse al camarote de los hermanos Marx, posee un cuidadoso orden muy armónico. Por otra parte, el lirismo intimista se erige como protagonista del drama. En este sentido, el acto tercero, la famosa escena del Nilo, es todo un modelo de exotismo y poesía muy lírica.
Gianluca Marcianò dirigió en Oviedo, y siempre bien, varias óperas de Verdi, como 'Nabucco' o 'Un ballo in maschera'. Marcianò llevó a la OSPA en esta partitura de 'Aida' con esa mezcla de grandiosidad, expresada en las dinámicas progresivamente intensificadas y los metales vibrantes, intencionalidad expresiva en los matices, los motivos melódicos y algunos pasajes de la madera –excepcional el clarinete– y la cuerda, y una sonoridad muy bien adecuada al servicio de las voces y el drama. Destacamos los planos sonoros que consigue Marcianò, la delicadeza del preludio del tercer acto y una riqueza de colores y matices de primer orden.
El Coro Titular de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo), me recuerda en su interpretación de 'Aida' al burro de Juan Ramón. «Tiene acero. Acero y plata de luna al mismo tiempo». Acero en las glorias triunfales y en los oscuros himnos sacerdotales, compactos, fuertes, brillantes. Plata de luna en las voces femeninas a orillas del Nilo. Impecable este coro, preparado por Pablo Moras.
Se le puede achacar a esta versión de 'Aida' la casi ausencia de los bailes y danzas propios de la Gran Ópera. Sin embargo, la coreógrafa Olimpia Oyonarte suple con un atractivo encanto esta deficiencia. El acto dos se enriquece con unas danzas escuetas pero de un resultado muy atractivo.
'Aida' es una ópera para voces potentes y al mismo tiempo expresivas. En este sentido la actuación no sólo de los protagonistas, sino todo el elenco, fue idónea. Carmen Giannatassio, debutante en Oviedo, interpretó a una 'Aida' de gran belleza vocal.
Dio a su papel un carácter doliente, más que heroico, y cantó siempre con delicadeza, potencia y muy buen fraseo.
El tenor tinerfeño Jorge de León protagonizó a un Radamés a veces algo destemplado. Poco sutil en los matices delicados como el final del 'Celeste Aida' y un timbre bello, pero en ocasiones áspero. Indudablemente, se notó el gran esfuerzo y la gran potencia vocal de este tenor tinerfeño, pero no fue un Radamés redondo.
Ketevan Kemoklidze, mezzo georgiana, fue una Amneris trágica, en el mejor sentido de la expresión. Excelente actriz y una cantante de registros variados, que van de unos bajos metálicos a una tesitura aguda con una gran brillantez. La primera escena del cuarto acto fue verdaderamente apoteósica. Esta mezzo georgiana, que debutaba ayer en el Campoamor, es toda una revelación.
Manuel Fuentes interpreta con vigor y verismo el rol de Ramfis, el gran sacerdote de Fthà. Voz potente, tesitura grave bien timbrada e interpretación solvente.
Ángel Òdena intensifica con su actuación el papel de Amonasro, padre de Aida y rey de los etíopes. Fue muy aplaudido, tanto por su canto, con garra y fuerza, como por su expresividad.
Luis López Navarro posee una voz de bajo apropiada para el papel del Faraón, fundamental en el concertante del primer acto.
Finalmente, Josep Fadó, como mensajero, y muy especialmente la mezzo Carla Sampedro, como sacerdotisa que canta fuera de escena un quejumbroso himno, cerraron un elenco vocal sin claroscuros.
El público de esta primera función, generalmente muy exigente, estaba entusiasmado por esta conjunción de escena, orquesta y voces.
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