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Emilio de Ybarra. DANIEL G. LOPEZ
Un señor

Un señor

Ignacio Marco-Gardoqui

Miércoles, 17 de julio 2019, 19:47

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Emilio de Ybarra, una figura clave en el mundo económico del cambio de siglo, murió ayer a causa de un derrame cerebral a la edad de 82 años. Su trayectoria vital camina al paso y forma parte de todos los acontecimientos importantes que alumbraron la vida empresarial de su tiempo. Su apellido figura entre los impulsores de los principales proyectos económicos realizados en el País Vasco, desde la minería a la siderurgia y de las finanzas a los medios de comunicación, en los que presidió este periódico. Heredero de una saga imprescindible, su vida estuvo marcada por acontecimientos singulares. Nació en 1936 y se quedó huérfano a los ocho meses, ya que su padre Santiago de Ybarra murió en plena Guerra Civil. Su madre, Dolores de Churruca, una mujer de carácter extraordinario, le impulsó hacia una formación típica del Bilbao de la postguerra, una mezcla de Colegio de Indautxu y Universidad de Deusto, siempre a cargo de los Padres Jesuitas. Dos factorías de las que salieron una gran parte de sus colaboradores en el banco.

Su trayectoria profesional transcurrió fundamentalmente en el ámbito del Banco de Bilbao primero, del BBV después y del BBVA, por fin. Llegó a la presidencia del BBV, tras un sonoro y poco explicable enfrentamiento entre los consejos de los dos bancos bilbaínos que, ante la imposibilidad de un acuerdo, que desde fuera parecía muy sencillo, tuvo que ser arbitrado por el gobernador del Banco de España, Mariano Rubio. Y salió de la presidencia, ya en el BBVA, tras el escándalo de las cuentas ocultas que, interesadamente aireado por quien más debía de haberlo digerido, levantó una auténtica conmoción en la España de principios de siglo. Por el medio, consiguió aunar unas culturas no siempre coincidentes y ponerlas a trabajar en la misma dirección.

Tras un penoso -en lo profesional y más aún en lo personal- recorrido procesal, Emilio de Ybarra salió indemne y exculpado de todas las acusaciones, lo que no fue suficiente para que su sucesor le repusiera en sus cargos ni lavara su honor dentro del banco. La experiencia fue traumática para muchos de los personajes de la trama y abrió heridas que tardarán en cicatrizar. Lo que nadie podrá borrar nunca es la extraordinaria evolución del banco en esas fechas y bajo su mando, tanto si se mide en expansión geográfica de la actividad, en activos implicados, como en empleados y en beneficios obtenidos. Su intervención fue clave en la adquisición de Bancomer, que es aún hoy la joya de la corona del BBVA. Una historia de éxito que no ha tenido continuación y que contrasta a su favor con las cifras registradas desde entonces. Una historia de éxito que se expandió por todo el continente americano, pero que siempre tuvo su centro dirigente en Bilbao. Ahora que están tan de moda los planteamientos globales y los arraigos locales, el BBVA de la época fue todo un ejemplo de cómo se pueden conjugar con eficacia ambas visiones.

Pero, mucho más que su trayectoria profesional, creo que hoy, en el día de las despedidas, es necesario señalar su bonhomía, su carácter afable y su caballerorisad. Fue un hombre sensible a las necesidades de su entorno. Fue concejal de Bilbao -su ciudad de adopción, pues nació en San Sebastián-, de la que fue Cónsul Honorario, amigo de la mar y de los toros, pero, sobre todo, fue amigo de sus amigos. Fue, en el amplio sentido de la palabra, todo un señor de los que tan poco abundan en estos tiempos. Descansa en paz, Emilio. Somos muchos los que te recordaremos siempre con cariño.

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