Juan Daniel Ramírez
Al frente de una joven bodega de Lanzarote, recuperan viñedos para evitar que desaparezcan esos paisajes y apuestan por vinos de mínima intervención
José M. Requena
Sábado, 15 de noviembre 2025, 10:33
Vinificar en Lanzarote es, probablemente, lo más cerca que se pueda estar de hacerlo en la luna. Aunque parezca imposible, en esos paisajes volcánicos, grises, ... yermos, casi lunares, se da la vid. De ahí surgen vinos con un ineludible componente sulfuroso, peculiares, muy apreciados, pero no para todos los públicos. Un ejemplo es Titerok Akaet, la bodega de Juan Daniel Ramírez y Marta Labanda, que el lunes presentaron en el salón Vinalia, en Gijón. Un proyecto vital que lleva aparejado uno incluso más trascendente que hacer vino: recuperar viejos viñedos; paisajes que, sin esta labor, se perderían para siempre.
–Titerok Akaet, un nombre muy llamativo, pero que tiene un porqué.
–Es un término aborigen que significa 'montaña roja, la ardiente'. Hace alusión a nuestra isla: Lanzarote. Nosotros empezamos a elaborar vinos en 2017, pero el cuidado del viñedo lo iniciamos en 2014. Nuestra idea es coger viñedos que no están en buen estado, semiabandonados, para recuperarlos y cuidarlos. Esa es nuestra misión principal: recuperar esas parcelas y ponerlas en actividad, y ya llevamos 42 hectáreas. El trabajo de campo es nuestra base, vivimos en un territorio con unas producciones muy bajas e inestables: desde añadas de 3,5 millones de kilos a otras de solo 800.000. Hay un gran estrés hídrico constante en la planta, no existe parada vegetativa y el trabajo es casi totalmente manual. Todo ello supone que este tipo de uva (malvasía volcánica, vijariego, listán blanco y listán negro) tenga un sobrecoste, que llega a los vinos.
–¿Cómo es vinificar en Lanzarote?
–Aquí el paisaje es el que es, pero es el que nos ayuda a cultivar estos vinos. Tenemos una viticultura de adaptación. En Lanzarote aún tuvimos erupciones volcánicas en 1700, eso hace que tengamos estos paisajes lunares. Tenemos que cavar esos hoyos en el viñedo para buscar una tierra fértil para plantar ese sarmiento o esa vid y que se desarrolle. Pero ese mismo material que tenemos, la ceniza volcánica, nos permite una retención hídrica y que la planta se desarrolle con las características que tiene. No es una viticultura profesionalizada, sino familiar. Todas las familias tenían un trocito de terreno, lo cultivaban y lo vendían a las bodegas.
–Hábleme de las peculiaridades de los vinos volcánicos.
–Aquí todo el viñedo es prefiloxérico, son cepas con más de 100 años de vida, con su origen en el periodo de la colonización. Los vinos canarios tienen notas minerales, con esos puntos que aparecen de suelos volcánicos. Además, tienen influencia atlántica, lo que hace que sean frescos, con bajas graduaciones y un punto de acidez. Hay gente a la que le puedan generar un poco de rechazo esos aromas y sabor, pero son matices que suelen agradar y satisfacer mucho al consumidor.
–La tendencia del mundo del vino va hacia la baja intervención del elaborador, dejando que la uva y el terruño se exprese.
–Sí. Nosotros optamos por una mínima intervención. No añadimos nada a los vinos, solo unas pequeñas dosis de sulfuroso, como protector del vino. Trabajamos prácticamente todo de forma manual: vendimia, desgrane, procesado de la uva, pisamos el fruto con los pies… Por suerte hay cada vez más gente que está trabajando de esta manera.
–¿Hacia dónde se encamina el futuro?
–El futuro del vino, no lo sé, pero no es muy optimista. En cuanto a nuestro proyecto, estamos buscando nuestro equilibrio y ver en qué posición del mercado nos podemos colocar. Trabajamos con un volumen pequeño, de entre 20 y 30.000 botellas al año. Somos una bodega nueva y estamos en un proceso de expansión a escala nacional e internacional.
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