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La dueña de La Botelluka, sirviendo a oscuras una copa de vino en su local de Gijón. E. C.
Comandas con calculadora, fruterías sin báscula y un ojo en el congelador: así se vivó el apagón en Gijón
Apagón en Gijón

Comandas con calculadora, fruterías sin báscula y un ojo en el congelador: así se vivó el apagón en Gijón

Muchos comercios de Gijón tuvieron que cerrar sus puertas, en los bares el vino y la cerveza sustituyeron al café y en bazares y ferreterías volaron las pilas, baterías y transistores

Iván Villar

Gijón

Lunes, 28 de abril 2025, 21:09

12.33. La hora a la que toda España se quedó de repente sin luz, quedó atascada durante la larga jornada de apagón en el reloj de la Escalerona de Gijón. También en otros como el reloj-termómetro de la avenida de Portugal. 12.33. A esa hora el Alimerka de Marqués de San Esteban estaba, cuentan sus trabajadores, «muy concurrido». Pero el supermercado se quedó a oscuras, las cajas dejaron de funcionar... Entre la inquietud y el desconcierto, con el paso de los minutos los clientes se fueron yendo. Algunos dejaron su compra en una bolsa, apartada con su nombre, a la espera de un pronto restablecimiento del registro que permitiera recuperar la normalidad. Y mientras, en la calle, vecinos y comerciantes empezaban a salir de sus locales y viviendas para comprobar que el problema no era solo en su edificio -la primera señal eran los semáforos apagados- y para intentar encontrar una cobertura de telefonía que, en el mejor de los casos, iba y venía. «Dicen que es en toda España», era la frase más escuchada, junto a todo tipo de teorías sobre la causa de lo que estaba pasando.

Corría el tiempo, pero no la electricidad. Algunos comercios empezaron a cerrar sus puertas -en muchos casos con grandes dificultades, al tratarse de portones eléctricos- y otros buscaron cómo adaptarse a las circunstancias. Porque, a la dificultad generalizada de cobrar a sus clientes, cada uno sumaba sus peculiaridades. En la farmacia de Alberto García, por ejemplo, cuando se agotaron los 20 minutos de autonomía de su Sistema de Alimentación Ininterrumpida (SAI), dejaron de poder acceder a las recetas electrónicas. «Todo lo que se pueda hacer manual, podremos seguir haciéndolo, pero por la vía electrónica, nada. Apuntaremos las cosas a mano», apuntaba. A mano y con calculadora tuvo que empezar a echar Sandra Trabanco las cuentas de los pedidos del café Van Gogh, también hasta arriba de clientes cuando comenzó el apagón. «Café no podemos servir, pero de momento lo de las neveras lo tenemos aún frío», apuntaba mientras servía un vino y una cerveza, que se convirtieron en lo más consumido en toda la hostelería también para los clientes habitualmente cafeteros. Con permiso, por supuesto, de la sidra.

Largas colas en torno a las dos de la tarde en un supermercado de Gijón. E. C.

En grandes supermercados que mantuvieron abiertas sus puertas, como el Mercadona de la carretera Vizcaína, no tardaron en formarse largas colas, en su caso con las garrafas de agua como el producto más buscado. El principal temor en estos negocios, al igual que en todas las casas y en el resto de establecimientos vinculados al sector de la alimentación, era la rotura de la cadena de frío. Y congelados aparte, en la zona de refrigerados se pusieron cortinas protectoras para tratar de conservar el máximo tiempo posible la temperatura, abriéndolas solo bajo petición de productos concretos. También voló el pan. Y en las panaderías no tardaron en formarse colas, ante el temor de que un prolongado apagón impidiera cocer nuevas piezas. Hubo fruterías que no podían pesar el género al tener solo báscula electrónica, charcuterías que pesaban 'a ojo' y entregaban los productos en piezas gruesas y sin laminar porque no podían utilizar las máquinas cortafiambres...

Los bazares vivieron una jornada intensa de gente que acudía en busca de pilas y linternas. También las ferreterías, donde se vendieron además muchos transistores. Y en las tiendas especializadas en carcasas para móviles lo más reclamado, en algunos casos agotando las que tenían disponibles, fueron las baterías externas para teléfonos. «Las están cobrando ya a 50 euros, cuando por la mañana estaban a 22», apuntaba enfadada una clienta a la salida de uno de estos negocios.

En las viviendas y garajes, incidentes con atrapados en los ascensores al margen, no funcionaban los telefonillos ni la apertura de las puertas, lo que impidió a muchos afectados sin modo manual sacar su coche de unas plazas que, sobre todo en las situadas en segundos sótanos, estaban completamente oscuras al acabarse también la autonomía del alumbrado de emergencia.

La luz que faltaba en viviendas y negocios sobraba en la calle, en un día de sol radiante y buenas temperaturas. Y eso provocó que, especialmente por la tarde, la gente se echara a las terrazas casi como en un día festivo -hubo a quien no le quedó más remedio, ante la imposiblidad de trabajar-. Muchos también optaron por comer fuera de casa. Eso sí, los restaurantes limitaban sus menús a los platos fríos, ante la imposibilidad de encender sus cocinas. Paté de cabracho, ensaladas y tablas de quesos y embutidos fueron algunas de las estrellas de la carta de un día de apagón que también afectó a la actividad social y deportiva de la ciudad: el Grupo Covadonga tuvo que cerrar sus instalaciones, algo que no ocurría desde la pandemia, y suspendió su asamblea anual y al Club Natación Santa Olaya solo tenía acceso el personal.

El Ayuntamiento, por su parte, constituyó un comité de crisis a las dos de la tarde, con varias reuniones a lo largo del día para hacer un seguimiento de todas las incidencias y coordinar las actuaciones de todos sus servicios. Además, se vio obligado a cancelar el Pleno de aprobación de los Honores y Distinciones de la ciudad que estaba previsto celebrar este martes.

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