Un cierre apoteósico para Begoña
El Restallón, rojiblanco y «más potente que nunca», pone el broche a la Semanona
EUGENIA GARCÍA
GIJÓN.
Jueves, 16 de agosto 2018, 03:54
Con los colores de los Fuegos aún en la retina, los gijoneses se desperezaron ayer dispuestos a volver a mirar al horizonte. La mañana anticipaba una ciudad unida, soldada por los meñiques y preparada para extender lazos, en recuerdo de los emigrantes, desde San Lorenzo hasta orillas lejanas. Los artificios no saciaron a un Gijón aún hambriento de pólvora, y dado que al anuncio de la Danza Prima y El Restallón se unía el de los termómetros, que marcaban 25 grados, la motivación era triple para cerrar, y con traca, la Semana Grande.
Para muchos no hay excusa para perderse una cita que repite hora y lugar cada año. El reloj de La Escalerona daba las 13.45 cuando de los altavoces emergió la voz que animaba al ensayo. «Para bailar esta danza nos cogemos del meñique», indicaba, y bañistas y viandantes obedecían formando una fila. Las instrucciones instaban a fijar el pie izquierdo y mover el derecho, adelante y atrás. A en punto, concluido el entrenamiento, ya no era una hilera humana sino varias las que se echaban a bailar desde San Pedro hasta el Piles. En el Muro se acercaban y alejaban a la barandilla, buscando a la «niña blanca, la que el cabello tejía», en una cadencia que encontraba réplica en la arena. «Nos cogemos de las manos para abrazar a nuestros hermanos, a nuestra familias; para abrazar a los que están lejos», recordaban en megafonía.
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Y entrelazadas estaban varias generaciones de gijoneses, reunidas para representar un año más el baile ancestral. Con hijos y nietos acudió Pilar Cortés, de 68 años, a una llamada que escucha desde hace cinco décadas. «Es tradición», se encogía de hombros Marta, su hija, junto a la tercera generación: Irene (11 años) y su hermano Sergio (8). Unos metros más allá, Andrea Mayo enseñaba a Álvaro, de cinco años, «un baile que aprendí de mis abuelos y al que le traemos desde pequeñín para perpetuar el rito». «Tenemos que venir y hacer que lo nuestro sea importante, que no se pierda», secundaba Clavel Álvarez segundos antes de que la música callara para dar paso a un aplaudido 'Gijón del alma'.
Después, el silencio no duró: enseguida retumbó desde el cerro el primer chupinazo de 464 unidades de disparo. «Paez que se oye poco», comentó una señora que pronto dejó de hablar, ya que el estruendo no daba lugar a gran conversación. «Suena muy fuerte», contradecían algunos, satisfechos. «Venimos con la experiencia de la Descarga, pero aquí resuena bastante», asentía Carlos López, y su amiga Irene Felgueres aplaudía los colores rojiblancos. Con la última explosión en el aire, siete minutos después, la fiesta se clausuró dejando un buen sabor de boca que resumía Sira Rodríguez mientras se batía en retirada: «Los Fuegos fueron hermosísimos y El Restallón, más potente que nunca».