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Pobreza en las calles de Asturias, el siglo pasado. VALENTÍN VEGA / FOTOTECA DEL MUSEO DEL PUEBLO DE ASTURIAS

Incómoda mendicidad

La llegada del periodo estival y, por tanto, de los turistas hacía saltar las alarmas sobre la abundancia de vagabundos en Gijón

Jueves, 2 de junio 2022, 00:19

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Era uno de los temas siempre comentados... especialmente en verano. Porque una vez entrado junio, según afirmaba, en portada de EL COMERCIO, 'Asteroides' tal día como hoy de hace un siglo, «puede decirse que Gijón se halla en pleno periodo veraniego. Nuestros paseos vense cada día más concurridos, y, en una palabra, se observa ese desbordar de animación que es la característica de la mejor de las estaciones del año». Los teatros se llenaban, la música de la banda municipal animaba el ambiente y las playas eran invadidas por propios y extraños. El problema era, para algunos, que precisamente ese mayor tránsito de gente por la villa de Jovellanos atraía a un sinfín de mendigos y hacía más incómodo a la vista la presencia de los que ya estaban.

Resultaba que con el verano aparecían también «gran número de mendigos, que en los paseos, a la salida de los teatros y, en general, en todos aquellos puntos en donde hay bastante público, nos molestan a todos con sus peticiones que casi siempre vienen acompañadas del relato de lástimas y miserias ciertas o simuladas, pero siempre poco agradables de escuchar». No era digno, decía 'Asteroides', «el espectáculo que dan a la salida de los teatros y en los paseos las pordioseras», y podría llegar a causar que se alejasen de Gijón «los forasteros que ahora nos visiten, o cuando menos hará que no resulte todo lo grata que debiera ser su estancia en este pueblo».

La solución pasaba, necesariamente, por las entidades benéficas. Aquí estaba la Asociación Gijonesa de Caridad, «imitada en otros muchos pueblos», y ante cuya presencia se hacía muy cuesta arriba el tolerar «ese desagradable espectáculo que ofrecen los pordioseros acosando al transeúnte». No quedaba otra, y esta no era empresa fácil. Los mendigos eran en su práctica mayoría apenas unos chiquillos, lo que agravaba más el conflicto. Debía, pues, conseguirse «que pronto dejen de verse en la calle esas infelices criaturas de corta edad, que muchas veces son objeto de una verdadera ignominiosa explotación por parte de algunos desalmados». Más claro, agua. Ahora, a aplicarlo.

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