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Para la cofradía de la Santa Misericordia, el Jueves Santo tiene un carácter especial. El motivo es que esta procesión, conocida como el Vía Crucis, saca por las calles de Gijón al Santo Cristo de la Misericordia y de Los Mártires, imagen principal de la hermandad.
La procesión tuvo un sabor agridulce. Porque, aunque se pensó que en esta ocasión no había que preocuparse de la lluvia, no fue así. El acto religioso, que comenzaba y terminaba en la iglesia de San Pedro, tuvo que ser suspendido cuando volvían hacia la parroquia por Ventura Álvarez Sala. Ocurrió tras la lectura de la décima estación del Vía Crucis, a cargo del sacerdote de San Pedro, José Antonio Álvarez, y el diácono de San Pedro, Enrique Palomo Antequera. Como el temporal truncó los planes, la lectura de las cuatro estaciones restantes tuvieron que hacerse en el interior de la iglesia.
A pesar de este desenlace, el principio de la procesión fue totalmente distinto. Cientos de gijoneses y turistas esperaban pacientemente en Campo Valdés su salida. En muchos de los casos, móviles en mano. Puntuales, a las ocho de la tarde, el Conde de Revillagigedo, Álvaro de Armada, tocó la campana del paso del Cristo de la Misericordia iniciando así el acto al son del himno nacional interpretado por la Banda Sinfónica de Gijón, que puso, junto al tronar de las carracas y el chasquido de las horquillas, la melodía a la procesión.
En primer lugar, se situaron los cofrades del Santo Sepulcro, seguidos de la Santa Vera Cruz, ambas hermandades acompañaron a los cofrades de la Santa Misericordia. Quienes, además del paso, llevaban consigo un incensario y la corona de espinas de Cristo.
Detrás iba la imagen, decorada para la ocasión con helechos y claveles rojos, un color que representaba la sangre de Jesús en la cruz. Fue llevado por veinticuatro porteadores de la hermandad. A su vez, estuvo custodiado por siete militares pertenecientes a la escuadra de gastadores del batallón Toledo, del Regimiento Príncipe, bajo la presidencia del Jefe Accidental del Regimiento, el teniente coronel García de Béjar, que realizaron ejercicios propios de la escuadra durante todo el recorrido. Cerrando la procesión, los fieles con sus cirios encendidos iluminaban la escena.
Desde Campo Valdés, el olor a incienso y el ruido de carracas fueron marcando el paso de la cofradía. No solo en Campo Valdés, en los laterales de las calles de Gijón, decenas de personas aguardaban la llegada de la formación religiosa. A las diez menos cuarto, la lluvia hizo que recogieran y terminaran el acto en San Pedro. Tras finalizar el Vía Crucis, y siguiendo la tradición, la cofradía de la Santa Misericordia quemó un pergamino con los nombres de sus benefactores.
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