«Nuestra vida se ha convertido en una pesadilla. O insonorizan el bajo o tendremos que irnos»
Una pareja de Perchera denuncia la «tortura psicológica» que sufre en su primer piso con los ruidos de la entidad vecinal del bajo
El texto de la pancarta que cuelga de su ventana es rotundo: «Vuestro ocio, nuestro calvario». Desde que la asociación de pensionistas y jubilados Los Puertos se instaló en el local situado debajo su casa hace cuatro años, en la calle Puerto Leitariegos 13, la vida de Simón Alonso y Raquel Mesa, padres de Arlé, un bebé de cinco meses, experimentó un cambio radical. «Nuestra vida se ha convertido en una pesadilla, en una tortura psicológica hasta el punto de que o insonorizan el bajo o tendremos que irnos a vivir a otro sitio». Así de rotundo se mostraba ayer Simón Alonso en declaraciones a EL COMERCIO acompañadas de abundante documentación.
Todo empezó cuando Los Puertos logró que les fuera cedido en 2020 dicho local, que fue acondicionado por la empresa Elecnor con un presupuesto de 123.553 euros que, según advierte la pareja del primero, «no incluyó un solo euro en aislamiento acústico». Esto supuso, en cuando se flexibilizaron las restricciones de la pandemia, el inicio de «una intensa actividad» que se concreta de lunes a viernes de diez de la mañana a siete u ocho de la tarde, con un descanso a la hora de comer. En esa franja horaria, los pensionistas de Perchera, según precisa la pareja del primero, realizan «un sinfín de actividades ruidosas», entre las que enumeran coros, teatro, talleres, gimnasia y ejercicios mentales de memoria, entre otras, que en muchos casos van acompañadas de megafonía –«para la que no tienen permiso»– y que no han suavizado nunca, aseveran, cuando han bajado a pedirles «moderación» en los decibelios producidos.
Así las cosas, Simón Alonso ha requerido en numerosas ocasiones la intervención de la Policía Local. Una vez, precisa, logró que realizaran una medición del sonido. Fue el pasado febrero y «la prueba arrojó 55 decibelios cuando lo máximo de día son 30 –por cierto, me cobraron 36,40 euros–. En otra ocasión emitieron un informe donde se advierte que la entidad no tiene permiso para música amplificada, pero sí dispone de equipo». Esos fueron los logros de Alonso, pero después se cortaron de raíz. «La Policía Local me dijo que tenía orden del Ayuntamiento de no hacer mediciones en centros sociales aunque hubiera quejas y ya no me han atendido nunca más».
Un embarazo traumático
Si en el rostro de Simón se aprecia agotamiento por una situación que «se prolonga ya demasiado», Raquel Mesa no le va a la zaga. Su embarazo, cuenta, resultó traumático desde el principio. Los ruidos continuos le generaron un tremendo desasosiego, además de impedirle preparar sus oposiciones a la enseñanza en musicología.
«Lloré muchísimo durante todo el embarazo y, además, cuando bajaba a pedir por favor que hicieran menos ruido no fueron nunca nada empáticos. Cuando bajé la última vez días atrás a decirles que no podía dormir a la cría (que tiene cinco meses y doce días) una señora me dio también una mala respuesta». Arlé, el bebé, fue sietemesino. ¿Influyó el desasosiego? «No lo puedo demostrar científicamente, pero lo pasé realmente mal, con una gran impotencia e, insisto, con cero empatía de estas personas», asevera.