El mundo recuerda la agonía de la pequeña Omaira bajo el lodo 40 años después
El pueblo colombiano de Armero quedó sepultado por una avalancha de barro que se originó por la erupción del volcán Nevado del Ruiz y que acabó con la vida de 25.000 personas
Omaira Sánchez hoy sería una mujer de 53 años si la riada de piedras y lodo causada por la erupción del volcán Nevado del Ruiz ... hace cuatro décadas no hubiera arrasado el pueblo colombiano de Armero. La niña cuyo rostro se convirtió en símbolo de aquella tragedia en la que murieron más de 25.000 personas tiene en la actualidad una escultura que se alza entre las ruinas de su localidad y los centenares de tumbas de sus vecinos. Los familiares de otras víctimas han convertido el enclave en un lugar de culto y decenas de placas en agradecimiento decoran su estatua. Los ojos negros de Omaira, que falleció tras una agonía de 70 horas enterrada hasta el cuello entre el barro y los escombros, recuerdan la mayor catástrofe natural que ha sufrido Colombia.
El 13 de noviembre de 1985, el volcán Nevado del Ruiz, en el departamento de Tolima, entró en erupción. Su calor derritió el 10% del casquete glaciar, que se deslizó ladera abajo uniéndose a sedimentos, rocas y fango que aumentaban cada vez más su volumen. El torrente arrasó con prácticamente la totalidad de los habitantes del pueblo, que murieron aplastados por escombros y asfixiados por el lodo.
Omaira, de 13 años, quedó atrapada hasta el cuello. Agarrada a una rama, asistida por rescatistas y filmada por periodistas de TVE, su agonía fue retransmitida en directo a los ojos de todo el mundo. «Mamá, si me escuchas, yo creo que sí, reza para que yo pueda caminar y esta gente me ayude», dijo la niña ante las cámaras. Sin maquinaria especializada y en medio del caos, el rescate fue imposible.
Símbolo de la tragedia
«A la niña Omaira la convirtieron en el símbolo de la tragedia pero situaciones como esta tuvieron que haber sucedido miles», afirma José Nova, que junto a su hermano Hernán Darío creó el Centro de Visitantes de Armero, una precaria oficina que ofrece visitas guiadas a las ruinas del pueblo desaparecido. Centenares de personas anónimas pusieron placas «por los favores recibidos», que le atribuyen milagros.
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«Mami, te quiere mucho mi papi, mi hermano y yo… Adiós, madre», fueron las conmovedoras palabras con las que Omaira se despidió y que el mundo siguió por televisión. Por la entereza que demostró en esos momentos de angustia, a pesar de su corta edad, la pequeña se convirtió en digna de veneración, como lo demuestran las numerosas placas que le agradecen su intercesión en los más diversos asuntos. Su madre, Aleida Garzón, quien logró sobrevivir a la tragedia al encontrarse en Bogotá realizando unas gestiones, autorizó convertir la tumba de su hija -cuyo cuerpo yace bajo una montaña de escombros y lodo solidifcado- en una especie de santuario. Los visitantes rezan, toman fotos, agradecen y dejan ofrendas. Veneran a Omaira como a una santa.
Cuarenta años después, todavía quedan numerosos desaparecidos, entre ellos 583 niños, y los pocos supervivientes a la tragedia que destruyó más de 5.300 viviendas y dejó casi 230.000 damnificados se han desplazado a los municipios aledaños.
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