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Colin Powell y George W. Bush. Afp

EE UU perdona a Colin Powell las mentiras de Irak

Fallece el hombre que pudo ser el primer presidente afroamericano, luego apoyó a Obama al desligarse por completo con Trump

Mercedes Gallego

Corresponsal en Nueva York

Lunes, 18 de octubre 2021

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La grandeza de Colin Powell quedó este lunes de manifiesto en los ojos vidriosos de Andrea Mitchell, la periodista estrella de la cadena MSNBC, contrapunto ideológico de Fox, que anunció la muerte del general más infame de la guerra de Irak como si se le hubiera muerto su padre. Moría el hombre y nacía el mito, al que han devuelto los galones a título póstumo.

El primer secretario de estado afroamericano tenía 84 años y parecía destinado al ostracismo de la historia por haber vendido al mundo «con datos sólidos» la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. La muerte y la nostalgia de su sonrisa bonachona le devolvieron ayer un lugar en el panteón de los héroes. «Colin Powell era un buen hombre», le defendió el presidente Joe Biden. «Se le recordará como uno de los grandes americanos». Le debía una. Powell, un republicano que cruzó filas con Barack Obama y se apartó definitivamente del partido conservador con Donald Trump, dijo de él en la convención demócrata que sería un presidente ante el cual estaría «orgulloso de cuadrarse».

Para cuando en año y medio el mundo haga examen de conciencia al cumplirse el 20 aniversario de la invasión de Irak, los arquitectos del desastre militar y geopolítico que supuso ya no estarán para enfrentar el veredicto. Donald Rumsfeld, jefe del Pentágono, murió en junio pasado del mismo tipo de cáncer que sufría Powell, un mieloma múltiple que infecta la sangre, anula la inmunidad y requiere trasplante de médula ósea. Aunque estaba totalmente vacunado, el virus de la pandemia se cruzó con él cuando ya no le quedaban armas para defenderse, y ni todas las terapias más innovadoras del hospital Walter Reed de Washington, que sacó a Donald Trump en esteroides, pudieron salvarle la vida.

Sigilo militar

Su esposa Alma, a la que no quiso dejar viuda en 1996 cuando le advirtieron que presentarse a las elecciones para ser el primer presidente negro podría costarle la vida, no pudo acompañarle en el lecho de muerte por el carácter infeccioso de la enfermedad que le dio el jaque mate.

El sigilo militar dejó a sus críticos fuera de juego en un día de elegías. Su foto ya había desaparecido hacía mucho de los pasillos de la ONU, en los que durante años recordaba a los altos visitantes el poder de los discursos. Powell era «el único hombre que podía haber evitado la guerra de Irak» , lamentó en su día Leon Panetta, ex Secretario de Defensa, pero en lugar de eso se dejó convencer por el entonces director de la CIA George Tennett, que le inspiraba confianza por ser el único que dirigió la agencia ininterrumpidamente con dos presidentes de distinto color político -Bill Clinton y George W. Bush.

«Me falló mi instinto», admitiría años después. «No es que fuese ni mucho menos mi primer error, pero sí el más trascendental». En privado se quejó amargamente de haber sido «utilizado» por su credibilidad para vender esa invasión que él mismo había cuestionado tras las bambalinas. «¿Y si ponemos medio millón de hombres en Irak y lo peinamos de norte a sur sin encontrar armas de destrucción masiva?», dice su jefe de personal, Larry Wilkenson, que le preguntó. Pero una vez tomada la decisión se cuadró como un soldado y vendió la mentira de los halcones de Bush como propia. De hecho, Bob Woodward reveló en su libro «Plan de Ataque» que incluso adornó los análisis errados de la inteligencia estadounidense añadiendo frases de su propia cosecha a las conversaciones interceptadas a los iraquíes para demostrar que engañaban a los inspectores de la ONU. «Asegúrate de que no queda nada», agregó a la frase de «Te enviamos un mensaje para limpiar el área».

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