Aunque llevaba casi una década y media jubilado, desde que cumplió los 70, Benigno Acebal, Nino, nunca llegó a despegarse del todo de la carnicería que hace ya más de 40 años puso en marcha junto a su mujer María Argentina, Maruja, en el centro de Gijón. No obstante, seguía viviendo junto al emblemático establecimiento que lleva su nombre en la calle Casimiro Velasco y que ahora regentan sus hijos. Por eso nunca perdió el contacto con los clientes de toda la vida, los que no faltaban cada día en el local en busca de las que, para muchos, eran las mejores carnes de la ciudad, siempre con la calidad por bandera y con un exquisito trato en la atención personal. Y hoy muchos de los que le trataron durante esta larga etapa al otro lado del mostrador, y también fuera de él, lloran su pérdida, a los 83 años.
Nacido en Baldornón, Benigno empezó muy joven a trabajar. Tan joven como 12 años, y en un sector muy distinto al que acabaría siendo el centro de su vida. Y es que antes de dedicarse a la carne, se dedicó al mundo textil, donde con 15 años ya era dependiente en la histórica tienda de confección Glencor de la calle Corrida. Con 24 años se casó con Maruja, que por aquel entonces, tras haber aprendido el oficio de su padre, regentaba una carnicería de su propiedad en Ceares. Y el nacimiento de su hijo mayor, Óscar, dio un giro completo a la vida del matrimonio. Para poder mantener abierto el negocio de su mujer, Benigno renunció a su trabajo y se introdujo en el sector cárnico.
El negocio fue bien. Tanto, que en 1984 el matrimonio decidió dar el salto al centro de la ciudad y abrió la Carnicería Benigno, un establecimiento que pretendía ir más allá del concepto tradicional, con una estética moderna y diferente a lo visto hasta entonces en el sector. Pese al nombre del negocio, era una tarea de dos. Y de hecho Nino siempre remarcaba que fue su mujer quien buscó el local, los proveedores... Tras el mostrador de Casimiro Velasco pasaron más de 30 años sirviendo a clientes particulares y a gran parte de la hostelería de Gijón piezas de ganado vacuno asturiano de crianza propia y unos cachopos de auténtico renombre en la ciudad. Pero también una amplia variedad de quesos y embutidos y productos elaborados en su obrador, desde albóndigas y hamburguesas hasta salchichas.
Amante del esquí
De su etapa de juventud quienes le trataron de cerca recuerdan su afición por la nieve y el esquí. Y era habitual verle en San Isidro con un nutrido grupo de gijoneses entre además de otros comerciantes se se encontraba Agustín Antuña, quien acabaría convirtiéndose en su consuegro. «A todo el mundo en las estación le llamaba la atención el grupo cuando llegaba, porque incluso iban siempre con una gaita», relatan desde el entorno de amistades de Benigno Acebal.
Aficionado al Sporting, aunque no muy asiduo a El Molinón, tras su jubilación volcó gran parte de su tiempo en el cuidado de las nietas, muestras del valor que siempre le dio a la familia –uno de sus momentos más duros fue la prematura pérdida de su hija Mónica–. Sus hijos Óscar y Pablo, al frente ya desde hace años, seguirá adelante con el negocio teniéndole en el recuerdo.
La capilla ardiente quedó instalada en la sala número 8 del tanatorio de Cabueñes. El último adiós a este emblemático carnicero tendrá lugar este lunes a las cinco de la tarde durante un funeral que se celebrará en la iglesia de San Lorenzo.
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