Al pan, pan
De un tiempo a esta parte, mi amigo Plácido no consigue hacer honor a su nombre. Anda inquieto, el pobre. Le inunda el desasosiego. Me ... dice que todo es un engaño, que este mundo está repleto de trileros y que los pícaros abundan. Que no pensemos solo (ni principalmente) en los políticos. Que la estafa se oculta en cada esquina, que salta sin control y que termina adueñándose de gran parte de los ámbitos de la vida. «Mira la banca», me dice. «Ya no hay cristiano que entienda sus productos». Y me pone más ejemplos. La cosa tecnológica, tan abstrusa para los iniciados. «Por no hablar de abogados y jueces. Esos ya son para echarles de comer aparte. Hablan y escriben como si acabaran de bajarse de un carruaje». La conclusión de Plácido es clarísima, aunque no serena. «Que les den porsaco a todos».
Le contesto que no soy partidario de las teorías conspiratorias. Resultan sin duda atractivas (de ahí su éxito). Pero no me parece verosímil que haya una mano negra universal (o un manojo de ellas, que tanto da) moviendo los hilos de la Historia. Que quedarán ciudadanos libres, y no sólo títeres. Que, en la vida cotidiana, no todo y siempre es una trampa. A las siete de la mañana, quien llama es el lechero.
Plácido me recrimina que me vaya por las ramas. «Eres como ellos. Hablas raro. ¿Qué leches pinta aquí el lechero?». Y, tras esas lácteas palabras, remata su argumento: «Aquí lo que pasa es que nadie habla claro. Ya lo dijo Churchill: al pan, pan; y al vino, vino».
Le río la cita apócrifa (que, desde luego, en su original inglés resultaría aún más elegante) y le digo que quizá en eso lleve razón. Al parecer, en Francia para que un libro sea tenido por intelectual y serio debe tener, al menos, un 10% de contenido ininteligible. También nos pasa aquí, en todos los ámbitos y a veces en un porcentaje mayor. No es un indulto, sino un acto contrario a la «venganza» y a la «revancha», por ejemplo. No es que los ahorros hayan desparecido por una inversión ruinosa, sino que se ha producido un 'comportamiento adverso de los subyacentes de referencia'. Ya no existen mentiras de las gordas (esas que a cualquier persona normal le dan asco), sino acercamientos a la 'posverdad' y a 'perspectivas alternativas'. De perífrasis en perífrasis. De fula en fula.
Repasamos luego ese montón de patrañas que escuchamos sin darnos cuenta. Y ese ejercicio no sólo nos divierte. Al final de la conversación, a Plácido le parece que habita un mundo más vividero. Y que la claridad no es solo la cortesía de los filósofos, sino el requisito indispensable para disfrutar del pan y del vino.
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