La Constitución por bandera
Cuando se cumplen 45 años de la aprobación de la Constitución, me pregunto si estará atravesando la humanísima crisis de los 40, cuando muchas personas hacen balance y deciden protagonizar cambios equivocados
Con el paso del tiempo mi memoria conserva recuerdos y olvida datos. Sé que me pasó en una escapada a la zona de la Alberca, ... en la provincia de Salamanca, tal vez en un puente de los que cada cierto tiempo regala el calendario. Supongo que gozaba entonces de cierta tranquilidad, inhabitual entre los trabajadores autónomos y desconocida entre los decanos de los colegios profesionales.
Un sábado por la mañana crucé el límite de la provincia de Cáceres y me detuve en una venta de las que aún quedan en la España interior. A la sombra de una parra, me senté a degustar un refrigerio matutino, entretenido en mis pensamientos, quizás imaginando lecturas y disfrutando el silencio.
Llegó un parroquiano con ganas de hablar y se sentó ante una mesa cercana. Le saludé y le sorprendió mi acento. Le expliqué que yo era asturiano e, inmediatamente, tras confesarme que nunca había estado en Asturias, me habló de la sidra, del queso de Cabrales, de la fabada, de la minería...
Cuando le comenté que me agradaba que conociese cosas de nuestra tierra me reconoció que poco más sabía de nosotros, aparte de algunos tópicos. «Verá Usted –me dijo– en España yo soy la persona que menos sabe, de más cosas».
Me vino este recuerdo a la memoria al reflexionar sobre nuestra Constitución, tal vez la norma de nuestro ordenamiento jurídico que más dice, con menos palabras.
La Constitución posee el don de la palabra justa, de la palabra exacta. Con breve firmeza nos convierte en ciudadanos dueños de nuestro destino. Nos hace libres e iguales, nos orienta a la justicia económica y social, garantiza la igualdad y, lo que tal vez sea más importante, proclama el imperio de la ley, entendida ésta como la expresión de la voluntad popular. Nadie por encima de la ley, nadie a quien la ley no proteja, a quien no otorgue su amparo, a quien no proporcione cobijo. La ley que establece, también, el principio de separación de poderes, que se convierte en la más firme garantía de nuestra democracia.
Un poder legislativo, nacido de la voluntad popular, que establece las normas a las que hemos de ajustar nuestra conducta. Un poder ejecutivo que encabeza una administración que debe servir con objetividad los intereses generales, sometiéndose a la ley y al Derecho. Y un poder judicial que interpreta y aplica las normas, con capacidad para enjuiciar tanto la actuación de la administración como la de los particulares, independiente y dotado de medios humanos y materiales suficientes para servir a su misión constitucional.
Tres poderes diferentes que deben actuar sin más norte que el respeto a la Constitución y a las leyes, a lo querido por los ciudadanos, sin interferencias indeseables entre ellos. Ese es el fundamento de nuestra paz y de nuestra prosperidad.
La historia de España es pródiga en infortunios, de modo que disfrutar de un tiempo prolongado de bienestar y de estabilidad debería hacernos reflexionar en el momento presente. Cuando se cumplen cuarenta y cinco años de la aprobación de la Constitución, me pregunto si estará atravesando la humanísima crisis de los cuarenta, cuando muchas personas reparan estar en la mitad aproximada de su vida, hacen balance y deciden protagonizar cambios equivocados.
¿Por qué el enfrentamiento entre nuestros representantes cuando los españoles queremos y sabemos vivir en paz? ¿Por qué nuestros políticos han perdido la capacidad de dialogar, de escuchar, de mostrar voluntad de entendimiento? ¿Por qué la sinrazón y las descalificaciones, cuando no los insultos? ¿Por qué el ruido estrepitoso? ¿Qué justifica que el Consejo General del Poder Judicial lleve nada menos que cinco años sin renovarse? ¿Cómo es posible que los magistrados del Tribunal Constitucional sean simples replicantes de las decisiones de los partidos políticos que han propuesto su designación? ¿Conoce algún español medio la existencia del Tribunal de Cuentas y para qué sirve? ¿Cómo puede nadie exigir a los ciudadanos que cumplan la ley cuando la incumplen quienes deben servirla, sin que nada ni nadie parezca alterarse? Todo parece a espaldas de la Constitución.
Yo reivindico la España excelente, que nada tiene que ver con la que escenifican nuestros políticos, dicho sea desde el respeto a los muchos que trabajan animados por la mejor voluntad de servicio.
El pasado día 4 de este mes de diciembre climatológicamente desconcertante, en la sede del Ilustre Colegio de Abogados de Oviedo, un nutrido grupo de personas, representantes de muy diversos ámbitos de nuestra sociedad, nos reunimos para honrar a nuestra Constitución.
Con respetuosa normalidad presenciamos el izado de la bandera nacional, un símbolo que nos acoge a todos, sin distinción, y que debería estar presente en las aulas de todos los colegios de España, como sucede en Estados Unidos. Después se leyeron diversos artículos de la Constitución con recogimiento admirado. A la salida, no pocos asistentes me trasladaron su deseo de participar en ocasiones venideras en un acto solemne y entrañable. A todos les dije lo mismo: la Constitución no debe festejarse una vez al año, sino todos los días. Quizás sea bueno comenzar por conocerla y amarla.
Ella y el trabajo callado de una significativa mayoría de españoles nos han proporcionado el bienestar que disfrutamos. Que nadie dé nada por hecho, que queda mucho por hacer, mucha Constitución por cumplir. Toca trabajar para defenderla. Feliz cumpleaños, España. Un abrazo.
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