Balas para Putin
No me gusta en absoluto la infantil idea de castigar al tirano Putin a través de la demonización de la cultura rusa. Putin utilizará ese rechazo a su favor, lo convertirá en una nueva bala de su fusil y lo venderá como un ataque a la Madre Rusia
En mi casa suena ahora mismo 'El lago de los cisnes', de Chaikovski, que junto con la ópera 'La flauta mágica', de Mozart, es una ... de mis composiciones favoritas. Me gustan mucho. Desde siempre. Cuando era adolescente solía poner a mi querido Chaikovski a todo volumen por casa, porque el 'ballet' es para mí más que un arte. De pequeña fui bailarina, como todas las niñas a esa edad, supongo, y con mi tutú rosa aprendí los movimientos básicos y disfruté, sobre todo disfruté, de grandes composiciones como, por ejemplo, 'El lago de los cisnes'.
En el instituto, ya sin tutú, sin color rosa, en mi época más oscura, esa en la que el negro era el mejor color del mundo, tuve que acercarme a 'Crimen y castigo', de Dostoyevski. Fue un acercamiento fugaz, etéreo. Lo justo para saber lo más importante de la obra del escritor. Y no fui capaz de leerlo. Lo admito y no me da vergüenza. De hecho, hoy, junto con 'La náusea', de Sartre, y el 'Ulises', de Joyce, siguen siendo mis grandes libros pendientes y mi deuda con la literatura -con mayúsculas- de nuestra historia. La historia de todos, seamos de dónde seamos.
Tolstói también fue otro de los autores de mi adolescencia, pero ese no se me atragantó; si bien es justo reconocer que todas estas obras se disfrutan más a una edad adulta. Y hay un cuento de Tolstói muy recomendable, que en estos días de jinetes apocalípticos y anuncios constantes del fin del mundo recomiendo leer. Se titula '¿Cuánta tierra necesita un hombre?', y es una historia de hace 136 años, pues lo escribió en 1886. Pero que bien sirve para nuestros días porque, al fin y al cabo, la permanente necesidad del hombre por poseer más y más no es algo que haya cambiado con el paso de los siglos. Ni cambiará, me temo.
En mi biblioteca particular, además de estos autores, también atesoro filósofos, politólogos y sociólogos rusos. Están acompañados de alemanes como Nietzsche, italianos como Maquiavelo, prusianos como Kant o escoceses como Hume. Nunca se debe subestimar la biblioteca de alguien cuya primera carrera elegida fue sociología. Así, todos ellos conviven en armonía, más allá de sus típicas discusiones dialécticas entre páginas. Como lo hacen cineastas, músicos o escritores. Y lo seguirán haciendo, al menos, en mi casa, puesto que no me gusta, en absoluto, la infantil idea de castigar al tirano Putin a través de la demonización de la cultura rusa porque, a ver, seamos serios: ¿qué culpa tienen el señor Gogol, por ejemplo, un escritor ruso -de origen ucraniano, por cierto- y su obra (está considerado como el creador de la primera novela rusa moderna, 'Almas muertas'), muerto en 1852, de lo que Putin hace o deshace, o de lo que le dejan hacer y deshacer? Estos boicots resultan no solo absurdos, sino también contraproducentes. Por lo tanto, en mi casa seguirá sonando Chaikovski, porque nadie me va a robar la añoranza que esa música me provoca; y seguiré peleándome con Dostoyevski y su 'Crimen y castigo' hasta que consiga eliminarlo de mi lista de libros imposibles, y seguiré viendo 'Solaris', de Tarkovski, porque la eliminación de la cultura rusa es una victoria para Putin. Utilizará el rechazo occidental a su favor, lo convertirá en una nueva bala de su fusil y lo venderá como un ataque a la Madre Rusia. Y yo no le voy a dar el gusto. Tampoco se lo voy a dar a los amantes, cada vez más abundantes, de la prohibición y la cancelación. La cultura, por fortuna, no tiene patrias ni banderas.
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