Cuando un amigo se va

En la víspera de la Virgen del Carmen, cuando todos los pueblos marineros de Asturias se preparaban para su día grande, Oviedo recibía la dolorosísima noticia del fallecimiento de José Manuel Suárez Bocero. En lugar de ser el protagonista de estas tristes líneas, podría estar perfectamente junto a Álvaro festejando estas fechas en Tapia de Casariego, donde en alguna ocasión hemos coincidido en nuestros periplos estivales. Crueles caprichos del destino.

Hombre educado, culto, cariñoso y cercano, Jose o 'Bo', como le conocían los más allegados, era un ser humano especial. Desprendía bonhomía allá por donde pasaba, su sonrisa perenne lo delataba. Tuve la suerte de conocerlo hace casi cuatro años, cuando decidimos comprar piso en el mismo edificio y en la misma planta. Vecinos de puerta, que se decía antaño.

Desde entonces la amistad surgió como todo lo bueno que hay en este universo, es decir, de forma sana, espontánea y cotidiana. Cuesta muchísimo pensar en él y hacerlo en pasado. Qué difícil es digerir la idea de que ya no está entre nosotros. Su pérdida es tan anticipada como irreparable.

Oviedo se queda sin un servidor de altura, un político experimentado, entregado, querido por sus compañeros y considerado por sus adversarios. Su marido, sus padres, sus familiares y sus amigos pierden a un importante eje de su existencia, aunque desde el cielo les acompañe. No cabe duda de que van a contar con el afecto y cuidados de una infinidad de personas unidas por el sentimiento de amor a Jose, a quien todos recordaremos siempre con el cariño con el que nos hizo la vida mucho más feliz.