Un mal de nuestro tiempo
En España en torno a 100.000 personas sufren cada año un accidente cerebrovascular o ictus. Más de la mitad mueren o sufren secuelas incapacitantes
Datos de la Sociedad Española de Neurología constatan que en torno a cien mil personas sufren cada año un accidente cerebrovascular o ictus. Más de ... la mitad de los afectados padecen secuelas incapacitantes tras el episodio o acaban en óbito. La prevalencia de esta enfermedad, según los expertos, se mantiene en un permanente aumento sostenido. Sin embargo, de un tiempo a esta parte parece, dicho esto como mera impresión personal sin evidencia científica que pueda refrendarla, que la incidencia es exponencialmente mayor, sobre todo entre adultos jóvenes.
El día 29 de octubre se celebra el Día Mundial del Ictus, segunda causa de muerte en nuestro planeta, como así puede comprobarse en todos los estudios existentes al respecto. No pretenden estas líneas constituir un artículo médico o científico, pues no dejaría de ser una ilegítima intromisión en un tema muy ajeno de quien, con todo respeto y consideración, les escribe. Tan sólo se pretende dar visibilidad, testimonio e ilusión a aquellos que, de forma directa o indirecta, han sido víctimas de esta contingencia en su propia salud, en la de sus familiares o en la de sus amigos.
En mi caso, y empezando por el epílogo del cuento, la historia tuvo un final feliz. En agosto del año pasado mi padre, en el día final de sus tradicionales vacaciones en Tapia de Casariego, sufrió un ictus de naturaleza isquémica al iniciar el día. Ni rastro de un aviso previo, ningún indicio en los días anteriores que pudiera prever lo que sucedería en la víspera de la fiesta de San Ramón Nonato.
Aunque la afección no parecía de las peores, a la luz de su estado y de la evaluación en el primer examen, fue trasladado rápidamente en UVI móvil al Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), gracias a la magnífica y pronta respuesta del protocolo existente. La intervención, de urgencia y con pronóstico reservado, concluyó con éxito y la recuperación fue, a partir de entonces, excepcionalmente positiva. Buena muestra de ello fueron los escasos cinco días de ingreso hospitalario, el buen humor y la plena autonomía demostrada durante ese periodo. La ducha sin permiso y el hecho de vestirse con vaqueros para marcharse anticipadamente a casa le valieron una regañina, con razón, por parte de las enfermeras de la planta.
En este tipo de afecciones cada paciente es un mundo, como suele decirse. No se pueden establecer reglas universales de ningún tipo y no todos los enfermos evolucionan de la misma manera. No obstante, el ser familiar de una persona que ha sufrido un ictus me permite afirmar que hay un factor a tener muy en cuenta: el tiempo. En primer lugar, en la reacción frente a la aparición del accidente. Ante síntomas como debilidad en las extremidades, boca torcida o dificultades en el habla, debe buscarse ayuda médica de inmediato. Si mi madre, valiente ella, con la ayuda de mi abuela, no hubieran actuado con esa premura el sentido de este texto sería, con casi toda probabilidad, en términos más tristes.
En segundo lugar, el tiempo en la mejoría. Siempre juega favor y no hay retrocesos. Cada día que pasa es un avance, un paso adelante. Largo o corto, eso no importa tanto. El apoyo, paciencia y cariño de la familia es fundamental y, por supuesto, el papel de todos los especialistas –logopedas, fisioterapeutas, psicólogos o neurólogos, entre otros– implicados en el proceso de recuperación.
Aunque a mi padre se le indicó que no necesitaba rehabilitación de ningún tipo, motu proprio decidió acudir a un fisioterapeuta especializado para ganar en fortaleza física y optó por dejar de fumar, el principal factor de riesgo que jugaba en contra. Hoy continúa felizmente jubilado y ejerciendo de abuelo, con una recuperación prácticamente total. Es un ejemplo más de que hay un mañana después del ictus. Impacta, cambia y duele, pero hay esperanza. Posibilidad de lucha. Vida.
No se es consciente de la importancia de una sanidad de calidad hasta que se necesita en primera persona. Cuánto debemos agradecer a médicos, enfermeros y personal sanitario que, con sus conocimientos, salvan vidas y hacen que los problemas de salud inicialmente graves queden en una pequeña anécdota, tales como enfermedades cardiovasculares e incluso muchos cánceres. Son los males de nuestro tiempo. Dicen que este tipo de profesiones son vocacionales y no le falta razón a quien lo afirma. Para morir sólo enfermamos una vez. Es el caso médico de nuestra vida. Salud y suerte.
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