Oda a los desagradecidos
En términos técnicos, una oda es una composición lírica en estrofas de tono elevado, que generalmente ensalza algo o a alguien. Pueden decir los que ... se cuecen en su propia erudición que el título de este artículo no responde adecuadamente a su contenido. No deja de ser cierto, pues estas líneas ni tienen aire elevado ni roza, siquiera, el lirismo. Aunque para no engañar al lector, cabe decir que tampoco es lo que se pretende. Discúlpense, por favor, tales licencias.
Dar las gracias, por entrar ya en materia dejando a un lado puristas consideraciones lingüísticas, es un convencionalismo social con más sentido del que le damos o creemos que atesora. Es posiblemente una de las expresiones más humanas de la vida en sociedad, pues al trasladar agradecimiento mostramos un poco de humildad y algo de empatía. Hacemos conocedor al otro de que valoramos su servicio, su esfuerzo o su detalle no debido. El refrán dice que «es de bien nacido ser agradecido». Convendría que se aplicara tanto o más de lo que se predica en la oralidad mundana. Hay quienes se jactan de vidas plenas, presumen de méritos profesionales y se enorgullecen de orígenes familiares virtuosos intentando tapar, estérilmente por cierto, sus carencias afectivas o educacionales. Entre otras, la de corresponder al prójimo.
No se les puede culpar. Son víctimas de sí mismos, de su propia soberbia. Son, por norma general, personas que llevan muchos años viviendo sin esfuerzo, con todo dado y predispuesto, creyendo que el universo les debe cosas. Incapaces de dar un testimonio de gratitud a nada y a nadie. Todos sus éxitos –absurdamente inflados y ridículamente pavoneados– son cosecha propia, mientras que los fracasos responden a las conductas ajenas. Da igual lo que uno haga, jamás habrá un reconocimiento a los demás. Son seres simplemente insaciables, todo es insuficiente para ellos. No pueden ser agradecidos porque no saben lo que es ayudar desinteresadamente, querer sin fines instrumentales. El ingrato de manual lo es por prepotencia e ignorancia en iguales proporciones. Lo que él, o los de su estirpe o grupo social, ha conseguido siempre será de mayor valía. Porque sí, porque ellos lo valen. Los demás, pobres desgraciados, sólo hemos tenido suerte o somos una excepción.
«Gracias a la vida, que me ha dado tanto», entonaba la boliviana Violeta Parra en los primeros compases de una de sus obras musicales más universales. Ese es mi himno y el de tanta gente amiga que encuentra en su familia, su trabajo y sus amistades los verdaderos motivos de su felicidad y sincero agradecimiento existencial. In vita gratias ago.
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