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No es casual que en las múltiples polisemias que presenta el rico castellano el término 'éxito' –buena aceptación que tiene alguien o algo– signifique también, ... en su tercera acepción, fin o terminación de un negocio o asunto. De hecho, en el ámbito médico 'exitus', en su etimología latina, se aplica a pacientes cuya enfermedad concluye con el fallecimiento.
Aunque comúnmente se utilice su forma abreviada, 'exitus letalis' es la expresión técnica y más completa para la medicina. Y algo de deletérea es, en efecto, la concepción de éxito en su sentido profesional o social. Una fuerza extraña se ha apoderado del planeta y parece que en esta sociedad globalizada todo pasa por alcanzar supuestas cotas de gloria. Dinero, fama o poder son los falsos indicadores de la felicidad.
Bien legítimo es, por ser casi connatural a la especie humana, buscar un confort material o el reconocimiento de nuestros semejantes. «Somos animales sociales», decía con acierto Aristóteles y, consecuencia de ello, surge el anhelo al desahogo económico o a la reputación frente a los demás. No deja de ser una reivindicación del yo diluido en el inmenso océano del nosotros.
Nada de dramático implicaría esta realidad si no fuera por los medios que se emplean para conseguirlo. La contrariedad no está, quizá, en el fin, está en lo que se desprecia y lo que se hace para alcanzarlo. Es, en definitiva, la ignorancia de la esencia del acto moral. Objeto, fin y circunstancias. Obsérvese en este punto cómo la filosofía puede ser más útil de lo que aparenta. Va a resultar, al final, que las denostadas humanidades todavía sirven para algo a pesar de lo que nos quieren hacer creer.
El éxito es poliédrico. Hay quien lo mide en euros, en likes, en el número de viajes que hace al año o en los metros cuadrados de sus viviendas. Otros en su adicción perversa al trabajo. Cuántos cadáveres habrán dejado estos seres, embebidos en su misma mismidad, por una cátedra, una embajada, un cargo público, un puesto de dirección o un hueco en redes sociales.
No da la sensación de que en su vida haya espacio para la realización personal, ni para el crecimiento espiritual ni para la felicidad de lo ajeno. Ni amigos ni familia. Sólo sus aspiraciones profesionales, sus ganas de notoriedad, su afán por ser más que el de la puerta de enfrente. Tiene que ser muy duro llegar a la cima en solitario o constar en la orilla que, después de tanto remar, nadie te espera a celebrarlo.
Para el polifacético Albert Schweitzer, Premio Nobel de la Paz en 1952, el éxito «no es la clave de la felicidad, la felicidad es la clave del éxito. Si amas lo que haces, tendrás éxito». O como dirían los clásicos en román paladino, sic transit gloria mundi.
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