Carrère en su laberinto
XUAN BELLOESCRITOR Y MIEMBRO DEL JURADO
Jueves, 10 de junio 2021, 01:24
El hombre es un lobo para el hombre. Para sus semejantes (pues quiere sobrevivir a toda costa) y para sí mismo (dado que la conciencia ... de su ser es no solo conciencia de «no seré», si no, en tantas ocasiones, el remordimiento de «no debería ser»). Tal vez este sea el tema vertebral de las novelas -muchas veces disfrazadas de «memorias»- de Enmanuel Carrère, escritor francés a quien apenas ayer le fue concedido el Premio Princesa de las Letras de 2021. Se trata de un hecho que hay que celebrar por varios motivos: el reconocimiento a un escritor que ha cambiado nuestra manera de ver el mundo; la apuesta por una escritura clara y diferente, que pocas veces condesciende al eco hueco, y, fundamentalmente, por premiar a alguien que, como Jean Echenoz, ha hecho de su propia experiencia materia de análisis colectivo.
Aprendió a escribir en las páginas de los periódicos -comenzó escribiendo crítica cinematográfica- y muy pronto su propia experiencia vital se fue mezclando con las obras que rigurosamente analizaba. Cierto cansancio de la ficción recorría Europa en los últimos años del siglo XX y Carrère, como Montaigne, decidió exponer sus vísceras anímicas al desnudo en una prosa práctica y bella. ¿Narrativa del yo? ¿Autoficción? Narrativa -escritura- sin yugos. Ha escrito sobre asesinos al modo de Truman Capote pero de una manera muy distinta; ha escrito sobre vidas sin importancia que, como toda vida, contenían el germen de la más ambiciosa novela; ha escrito sobre su sorprendente y profunda conversión al catolicismo y ha relatado, descarnadamente, sus recaídas en una depresión tan real que, en su sosegada descripción, nos salva.
Se atreve con todo, se ha atrevido con todo. No temió introducirse en laberintos de miserias (como cuando narra en 'El adversario' el caso real de un señor que, tras años de hacerse pasar por médico y persona influyente, acaba matando a padres, esposa e hijos); no temió recorrer los pasadizos sangrientos y untuosos del poder (como cuando narró, con tanta clarividencia en 'Limónov', la vida de un líder de la oposición rusa).
Como todos los grandes escritores, Enmanuel Carrère es un caso único. Es, sobre todo, cordial y ameno, valiente e inteligente, atento al detalle significativo y, en este sentido, revelador de la verdad interior de las cosas. Tras escribir 'Una novela rusa', donde se reconciliaba con la vida y la celebraba, comprendió que, por mucho que la realidad fuese «en realidad» una verdad bien contada, al cabo había demasiados detalles sueltos que la hacían endiabladamente complicada. Y acabó escribiendo 'Yoga', donde su vida pasada se deshacía en dolorosos harapos de sinsentido.
Un gran escritor francés, de la estirpe de Montaigne y Chateaubriand, que no ha querido ser (y lo sería si hubiese querido y a la Historia falta le hiciese) Víctor Hugo. La segunda ley de la termodinámica demuestra que el universo tiende fatalmente a la entropía, al caos, y Enmanuel Carrère, desde muchas perspectivas, busca en esa entropía un azar calculado, no sé si la huella de Dios u otra ficción más o menos reveladora. Al menos, creo yo, busca con meticuloso desasosiego una pauta de armonía. Para mí, lector/lupus in fabula, su obra es nada menos que un indicio de esa armonía presentida.
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