No todo vale
En la época más negra de la Europa del siglo XX, los camisas pardas salían a la caza del judío y marcaban con una estrella ... de David sus casas y negocios. En el sur de EE UU más profundo, el Ku Klus Klan quemaba cruces ante las casas de los negros o de quienes apoyaban la derogaciones de las leyes de segregación racial. En la España franquista, a las viudas del bando republicano les marcaban con la crueldad del aislamiento social y las palabras que en algunos púlpitos se escuchaban, porque claro, todas las desgracias que sobre ellas pesaban se debían al pecado de haberse casado con quienes defendían la libertad y de la democracia de la tiranía y crueldad de quienes ganaron la guerra. En el País Vasco de los años del plomo, se dibujaba una diana en los portales de las viviendas y los escaparates de aquellos a quienes la locura terrorista de ETA les consideraba enemigos de la patria vasca. Aunque claro, alzar la voz contra el tiro en la nuca, la bomba lapa o simplemente dar el pésame a quien los 'gudaris' acababan de asesinar ya convertía a uno en enemigo de la una, grande y libre Euskal Herria batasuna.
El amedrentamiento y el acoso es indisoluble al totalitarimo, que no es otra cosa que imponer una idea única y negar la existencia de quienes piensan diferente. Y en las últimas semanas en Asturias hemos visto suficientes pruebas como para que las alertas de esa democracia que tanto nos ha costado construir comiencen a sonar con fuerza.
No son justicables de ningún modo las amenazas, intentos de agresión y el acoso que algunos compañeros de profesión sufrieron recientemente por una minoría –sí, quiero recalcarlo, una minoría– de los docentes en huelga en defensa de sus, por supuesto, legítimas reclamaciones. Igual de injustificables fueron los insultos y la agresividad con la que algunos –repito, una minoría– intentaron impedir la salida de la vicepresidenta y del consejero de Hacienda, Gimena Llamedo y Guillermo Peláez, respectivamente, de las primeras negociaciones con los sindicatos para alcanzar un acuerdo.
Nada de todo eso es justificable, aunque pueda mínimamente pueda asumirse con el típico tópico de que son gajes de oficio.
Pero lo que no es tolerable, permitible y es absolutamente reprobable es usar a las familias como arma arrojadiza. Eso lo vimos en un colegio, empapelado de carteles contra la entonces consejera Lydia Espina y algún mensaje muy fuera de todo. No pasaría de anécdota si no fuera porque era el cole de sus hijos. ¿Entendemos ya los motivos de las dimisiones? ¿Sigue valiendo todo? Cuidado con algunas minorías, que pueden acabar deslegitimando las nobles reclamaciones de la mayoría.
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