Debate para sordos, con perdón
Cuando uno no gobierna, no decide. Cuando no decide, propone. Y si tampoco hace eso, ¿para qué sirve la oposición? De quien quiere ser presidente, ... y además presume de encuestas, se espera una alternativa real, creíble e ilusionante. Pero hizo lo mismo que sus predecesores: un retrato apocalíptico apoyado sobre una retahíla de lugares comunes que bien parecieron llevar escritos desde hace unos días. ¿Propuestas? Llevar leyes, como una de vivienda, a la Junta. Fin de la cita.
Pero eso no justifica a quien viéndose que superará otro debate sin perderlo tire de altivez y chascarrillos de chigre llegando a calificar el debate como aburrido (y afirmando que sacaba gráficos «para hacerlo más ameno»). Flaco favor para que los ciudadanos se reconcilien con la política y las instituciones, y se tapone el crecimiento de la extrema derecha. La crítica al tono vino precisamente de sus socios, que le dijeron a Barbón «menos yo y más nosotros», al tiempo que renovaron la complacencia dos años más, incluso aunque se les dijera que no a lo que pusieron sobre la mesa. Discrepancias. Las mismas que parece que serán perfectamente salvables con Covadonga Tomé, con quien las formas y el contenido tampoco caminan al mismo tiempo cuando debate con el presidente. Quedó demostrado que no se gustan, que Barbón preferiría depender del voto de Adrián Pumares, al que elogió por haber contribuido a la actual política fiscal asturiana. Pero al final se entenderán, es lo toca tras el portazo de Pumares.
Lo que quedará será un debate de sordos, cada uno con su película, y con un presidente dosificando los anuncios en las réplicas sin venir a propósito de nada con el único fin de llevarse el titular. Máxime cuando tras insistir con Gaza e intentar arrinconar al PP por no llamarlo genocidio, sus diputados se levantaron del escaño en el minuto de silencio. Final ensordecedor, en el que los silencios dijeron más que muchas palabras.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión