Un esperpento revelador
PLAZA MAYOR ·
En Hyde Park, el célebre parque de Londres, se celebran conciertos con asistencia de miles de espectadores sin que esta actividad desnaturalice la esencia de ... aquel famoso paraje de la capital británica, porque Hyde Park es muy grande y sus 142 hectáreas de superficie permiten la variedad en el uso. Gijón no es Londres -todo lo más, en plan grandón, el chiquito Londres, como otros- ni Hyde Park es el parque exInglés de Gijón -5,2 hectáreas- rebautizado como de los Hermanos Castro. Comparar las dimensiones de ambos parques, sin embargo, puede servir como ilustración para considerar no sostenible la pretensión de meter diez mil espectadores en el recinto gijonés, explotado de nuevo, alquiler a precio irrisorio mediante, como escenario de un negocio privado de espectáculos musicales -de nombre anglicano, para que luego digan de la reforma estatutaria y sus fines lingüísticos perversos- bien visto en el negociado municipal competente en folixa y sus derivados.
Para llegar a la situación actual se ha recorrido un tortuoso camino, con encadenamiento de despropósitos. El actual parque de los Hermanos Castro en sus orígenes fue llamado Inglés -solo árboles y césped- porque esa denominación remitía a pisar la hierba, y hasta retozar en ella, como suelen los súbditos de Su Graciosa Majestad. O eso se dijo entonces. El parque Inglés, creado por impulso del concejal Ángel Rodríguez, miembro de la última corporación municipal predemocrática, era de hecho una ampliación del parque de Isabel la Católica en la margen derecha del Piles, hacia predios que constituían su ámbito natural de expansión hasta que el recinto ferial y el Pueblo de Asturias se establecieron en aquella zona, la misma en que desde la casa de máquinas -anterior a los chalés que hay por allí ahora- bombeaba aguas residuales directamente a la mar por la playa de Peñarrubia. El parque incluso tuvo un kiosco de música -mal llamado auditorio- al que se dio el nombre del compositor Sergio Domingo, pero la falta de uso acabó en la demolición de la instalación dedicada al autor de 'Axuntábense'.
Fue una experiencia fallida, pero lo peor estaba por llegar. Consistió en el asfaltado de 15.000 metros cuadrados (cerca del 30 %) de la superficie del parque, que incluyó la tala de numerosos árboles. Menos prau, más hormigón, aberrante elección, para privatizar el uso de un espacio público al alojar allí espectáculos tan diversos como el circo, el tenis y la actuación de grupos musicales. Un sinsentido, rematado con la conversión estacional de ese espacio en aparcamiento de centenares de coches.
Lo que quedaba de parque quedó arrasado con las obras del pozo de tormentas y ahora, una vez terminadas, en vez de aprovechar la oportunidad para recuperar la parte perdida de prau y de arbolado, se repone la superficie asfaltada, a causa, según el concejal del ramo, de que obliga a ello el contrato de adjudicación de las obras del pozo de tormentas -como si los contratos de obras, este incluido, fueran intocables- y en contra de las previsiones del Plan General de Ordenación vigente para aquel lugar, lo que implica un incumplimiento manifiesto de la propia normativa municipal. Todo ello constituye un esperpento revelador del nivel de competencia operativo en la gobernación del concejo. Semejante, en otro orden de cosas, al grado de conocimiento sobre la situación en materia de infraestructuras ferroviarias que mostraba ayer en este papel el consejero de Medio Rural y Cohesión Territorial, manifiestamente mejorable cuando afirma que la velocidad máxima de los trenes de Renfe en Asturias es de 90 kilómetros por hora. Y hay más. Ni idea, oiga. Al leer sus respuestas a las cuestiones planteadas por el periodista se ve que el tren, una de sus obligaciones, no forma parte del catálogo de sus devociones.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión