Estrategias de deshumanización
La indiferencia ante el sufrimiento (ocurre ahora ante el genocidio en Gaza) conlleva la pérdida del sentido de la vida. El desprecio político (argumentaba Camus) deshumaniza al individuo, que pierde la capacidad de rebelión
Deshumanizar es privar a una persona de aquello que la define como ser humano. El proceso de deshumanización es una acción consciente que se lleva ... a cabo mediante estrategias diversas. Es propia de los regímenes totalitarios o fascistas, que la utilizan como manifestación de su poder de opresión y control.
La estigmatización es una de las estrategias más efectivas de la deshumanización. No hay hierros candentes, como en la Edad Media, pero sí marcas profundas realizadas a base de infamias que señalan, pública e insistentemente, a la persona que se pretende deshumanizar. El desprecio es otra estrategia habitual que comienza por el despojo de la identidad. Lo primero que hacían los nazis con los judíos detenidos era despojarlos de sus documentos y tatuarles un número en la piel. Así pasaban a ser únicamente cuerpos marcados que no se distinguía de los animales. Albert Camus asociaba la deshumanización con el absurdo existencial. La indiferencia ante el sufrimiento (ocurre ahora ante el genocidio en Gaza) conlleva la pérdida del sentido de la vida. El desprecio político (argumentaba Camus) deshumaniza al individuo, que abraza el absurdo, y niega la necesidad de un sentido trascendente, y pierde la capacidad de rebelión.
La estigmatización y el desprecio conforman un lenguaje específico del fascismo. Abundan las calificaciones de la persona como animal (rata, perro, gusano o cucaracha) o el insulto descalificador (bastardo o hijo de puta) En el lenguaje político actual de las derechas extremas son fáciles de reconocer estas estrategias. La acusación de falta de legitimidad la utiliza el fascismo para justificar el derrocamiento o la destrucción del contrario (a quien no se denomina adversario, sino enemigo). La no aceptación de los resultados electorales, cuando no son favorables, o la constante alusión al gobierno de los otros como ilegítimo, o la alusión permanente a lo personal obviando las propuestas políticas alternativas son posiciones claramente fascistas.
El lenguaje de la deshumanización llega envuelto de falacias perversas y eufemismos difíciles. Llamar guerra a la ocupación despiadada y genocida de Gaza es un eufemismo fascista, porque no hay guerra, no hay una lucha entre dos ejércitos, hay un ejército bien armado exterminando a una población indefensa. Hablar de lucha fratricida entre dos bandos para referirse a la guerra civil española, obviando que se trató de un golpe de estado violento contra la democracia, es también otro ejemplo de utilización de un lenguaje fascista para justificar la deshumanización.
En el caso de la emigración, la herramienta de la deshumanización se despliega en todas sus estrategias. Los emigrantes no tienen familia o pasado, no tienen nombre, ni siquiera tienen derecho a mantener su cultura, son delincuentes en potencia, no son personas. El desprecio del fascismo hacia ellos es evidente. Esta política fascista de la deshumanización utiliza a menudo la figura del chivo expiatorio, que puede ser una persona o todo un pueblo. Lo fueron los judíos para los nazis y lo son los palestinos para el gobierno israelí. Lo fueron los gitanos para el rey Fernando VI, los 'rojos' y 'judeo-masones' para Franco, los disidentes burgueses para Stalin o los tutsis para los utus en Ruanda. Una vez fabricado el chivo expiatorio a base de estigmatizar, despreciar y mentir, ya está justificada la violencia, porque el chivo expiatorio es el culpable de todos los males.
Culpando al otro sin demostrar nada se explica todo, porque una rata infecta es peligrosa y nada hay que explicar para exterminarla. Encontrar un chivo expiatorio que sea la causa de todos los males y objeto de todos los odios cohesiona al grupo de los odiadores, que se encuentran con un objetivo común en momentos de incertidumbre.
Resaltar señales de identidad como la vestimenta, el color de la piel, la religión o las costumbres y asociar algunos derechos a estas diferencias es otra estrategia de deshumanización. El diferente es siempre el malo, el culpable, el prescindible. Los insultos violentos, el desprecio constante, las acusaciones sin pruebas, la confusión o la deslegitimación conforman el llamado discurso del odio, que es el paso previo a la violencia física, al exterminio o al genocidio.
El ministro de defensa israelí dijo, refiriéndose a los palestinos: «Luchamos contra animales humanos». El portavoz del PP se refirió al presidente Sánchez como «perro herido». Feijóo acusó a Sánchez de lucrarse de la prostitución. La presidenta de Madrid calificó las manifestaciones contra el genocidio de los palestinos como «pogromos judíos» y ha conformado todo un lema con el insulto «hijo de puta» referido al presidente de la nación. El líder de Vox califica a los migrantes de violadores. Trump dijo de los migrantes de Springfield que se comían a las mascotas. Con tristeza y miedo comprobamos cómo proliferan cada día las estrategias fascistas de la deshumanización.
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