No todas las opiniones son respetables
Opinar es gratis. Tal vez esta sea la razón de la fiebre universal de opiniones gratuitas y estúpidas que amenazan nuestra convivencia. Estoy muy de ... acuerdo con el profesor José Antonio Marina cuando afirma que no todas las opiniones son respetables. Vivimos inmersos en una asfixiante e incontenible fiebre de opiniones. Ya sé que esto que ahora estoy haciendo es opinar, y lo vengo haciendo (por gentileza de este periódico) desde hace muchos años. Y lo que apunta el sabio Marina sobre las opiniones también es una opinión. En el mundo actual de las conexiones fantásticas, cualquier persona desde cualquier rincón del planeta puede opinar y sus palabras se expanden en décimas de segundo 'urbi et orbi' a través de las redes astrales. Y esto es positivo y es saludable. Que cualquier persona pueda expresar libremente sus pensamientos sobre cualquier asunto es ciertamente deseable y también respetable. Opinar es respetable. El contenido de la opinión no tiene por qué serlo.
Frecuentemente opinamos sobre asuntos que desconocemos o que poco nos conciernen. Desde una ignorancia nunca reconocida se opina sobre medicina o psicología, sobre pandemias o catástrofes ambientales, sobre energía nuclear o sobre la fabricación de armamento, sobre coches eléctricos o sobre trenes de alta velocidad, sobre urbanismo o sobre la naturaleza de los incendios, sobre el cielo o sobre la mar, sobre paraísos perdidos o sobre infiernos de nunca jamás. Cada ser humano es portador de miríadas de opiniones.
Cada opinión, por tanto, lleva implícito un contenido, y es ese contenido (y no el hecho de exponerlo) el susceptible de ser o no ser respetado. No creo que el contenido de ciertas opiniones sea respetable. No tengo por qué respetar opiniones que banalicen el mal, que justifiquen o expresen sectarismo, racismo, homofobia, misoginia, aporofobia, xenofobia u otros pensamientos que no impliquen el reconocimiento de la igualdad de derechos (incluido el derecho a la dignidad) de todos los seres humanos.
No tengo por qué respetar opiniones que estén fundamentadas en mentiras, calumnias o delirios y no en argumentos sólidos y contrastables. No tengo por qué respetar las opiniones mezquinas o estúpidas. La opinión exige una reflexión previa y la reflexión implica racionalidad y ésta es imposible sin una argumentación profunda, serena y diáfana.
La opinión de los demás acerca de lo que sucede a nuestro alrededor es importante. Nos ayuda a comprender mejor el entorno, la sociedad y a nosotros mismos. Las opiniones de los otros pueden aportar información, pero también pueden confundir y desinformar. Por eso es primordial la estima o valoración que tengamos de quien opina, su independencia, su sinceridad. Si quien opina no es estimable deja de ayudar. Las opiniones de los demás, si son respetables, pueden servirnos de orientación para la construcción de un criterio propio. Por eso es bueno escuchar opiniones diversas y no sólo aquellas que puedan estar más en consonancia con nuestro pensamiento. Es importante que en el proceso educativo se pongan una y otra vez a prueba los propios criterios y se aprenda a argumentar y a escuchar otros argumentos y se fomente el pensamiento crítico.
Se trata de contrastar la opinión con la realidad y valorar el acierto y el error y decidir el posible cambio. Actualmente se comparten alegremente opiniones de otros atendiendo, no al contenido o al fundamento de las mismas, sino a la significación pública del emisor. La validez de las opiniones debe ser considerada no tanto por la simpatía, la fama o el currículo de quien las expone, sino por su solidez argumental y por el correcto planteamiento de las premisas. Nunca por los exabruptos sensacionalistas o las citas altisonantes o los insultos ocurrentes, sino por el análisis ajustado, sincero e independiente de la realidad, aunque este análisis vaya, incluso, en contra de nuestras antiguas opiniones. Cambiar de opinión atendiendo a argumentos sólidos, antes no considerados, es saludable e imprescindible para crecer.
Últimamente observo en algunos dirigentes políticos con alta responsabilidad (arrastrados tal vez por la fiebre que infecta las redes) una tendencia desaforada a opinar sobre todos los asuntos del cielo y de la tierra, aunque nada tengan que ver con su cargo. Lo hacen, además, sin aportar argumentos mínimamente sólidos y despreciando o, incluso, desafianzo la fuerza arrolladora de los hechos. De los políticos que me representan no espero tanto que opinen como que gobiernen, que decidan, que actúen. Y si deciden opinar, que lo hagan desde la humildad, con argumentos sólidos y sin dar la espalda a la incontestable realidad.
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