Tu vida sigue hablando

Durante un tiempo formó parte de la Familia Hospitalaria como Hermano de San Juan de Dios. Más tarde, sintiendo la llamada al ministerio presbiteral, fue ordenado sacerdote y comenzó su camino como presbítero secular.

Su vocación pastoral le llevó a acompañar a los emigrantes españoles en Francia, donde descubrió las heridas abiertas de la soledad, la pobreza y el desarraigo.

Ya de regreso en España, se estableció en Gijón, donde fue capellán de la cárcel del Coto. Allí, con mirada profética, detectó una realidad silenciada en aquel momento: muchas personas vivían y morían con sida en soledad y abandono. Movido por la compasión y el Evangelio, creó la Fundación Silué, que se convirtió en hogar, refugio y familia para quienes no tenían otra. Su compromiso no terminó ahí. Con el tiempo, su obra se amplió y se transformó creando pisos sociales para personas con discapacidad intelectual, mostrando siempre una atención preferente a los más vulnerables y excluidos de la sociedad.

José Antonio fue un hombre incansable, apasionado, creativo, profundamente humano. Un sacerdote con alma samaritana, que supo hacer de su vida una ofrenda concreta y fecunda. También fue un firme defensor de la causa palestina, alzando su voz por la justicia y la dignidad de todos los pueblos.

Hoy, damos gracias por su vida sembrada en el surco del Reino. Su paso entre nosotros deja huella de bondad, de lucha y de misericordia. Que el Buen Samaritano, al que sirvió toda su vida, le reciba en su hospitalidad eterna.

Descansa en paz, José Antonio. Tu vida sigue hablando.