De Gijón a Londres, consecuencias del 25 de mayo de 1808
El viaje a Gran Bretaña de una delegación asturiana fue clave en la guerra contra Francia
Cuando la Junta General del Principado de Asturias, declarándose depositaria de la soberanía, se transformó en revolucionaria y suprema un día 25 de mayo de ... 1808, estaban en armas las tierras del reino contra la invasión extranjera. Asturias, declarando la guerra a Napoleón, buscó la ayuda de Gran Bretaña y supo que el camino preferente para romper el aislamiento era el mar. Todos los pueblos, lugares, montañas y valles de Asturias tienen alguna historia propia y cercana de la llamada 'guerra de la Independencia'. Pero las villas costeras fueron arribo y salida de navíos. Gijón, Ribadesella, Lastres, Villaviciosa, Puerto de Vega, Luarca y más guardan hazañas de marinos y lugareños que siempre se adentraron en el mar para pescar, comerciar, luchar y cuidar la costa defendiendo el interior.
Tradicionalmente los puertos asturianos fueron puntos de entrada y salida de productos para consumo interno y exportación. Las montañas que nos cierran por el sur, infranqueables hasta fines del XIX, hicieron que el tráfico fuera sobre todo para uso local; pero rompían el aislamiento. La historia de Avilés desde los tiempos medievales lo demuestra. Gijón, ya importante en el siglo XVIII, con menos obstáculos naturales que otros, buen refugio, todavía distaba de ser el abanderado de los puertos regionales que fue cuando el carbón y la industria lo transformaron y potenciaron.
Contaba en 1808 la villa marinera con representación consular francesa, que el día 5 de mayo suscitó las iras vecinales, pues el imprudente titular, Michel Lagonier, quiso divulgar las bondades que para España supondría asumir la sumisión al emperador que se enseñoreaba de Europa. Si los ánimos generales estaban caldeados ya en marzo y abril contra la presencia de tropas francesas en tierras españolas, aquella manifestación del diplomático incendió la animadversión y el cónsul se salvó del acoso refugiándose en un buque de los suyos anclado en la dársena.
Gijón tenía una población importante y un peso cierto en la Junta General del Principado de Asturias, que el mes de mayo celebraba sus reuniones plenarias en Oviedo, lo que facilitó los acontecimientos y acuerdos políticos que entre el 9 y el 25 se adoptaron. La rebelión del día 9 en la capital precipitó los hechos y la Junta envió emisarios a las provincias limítrofes para conocer qué estaban haciendo; fueron a León, Galicia y Santander; esta última comisión a cargo de Alonso Victorio de la Concha, regidor de Villaviciosa, con posesiones e intereses en Gijón, cuyo archivo familiar guarda importantes documentos de lo acaecido en la ciudad.
Resultado del «declárese la guerra al Tirano de Europa» y del entusiasmo de montar un gran ejército regional (no fue para tanto) se dictaron resoluciones prácticas como expulsar a los naturales franceses sin vínculos familiares o embargar buques, efectos y caudales de los enemigos.
Convencida la ya Junta Suprema de la necesidad de «aliarse con la poderosa nación inglesa» el camino de partida escogido para la primera embajada exterior de la Asturias alzada en pie de guerra fue Gijón. Desde aquí hasta la corte de Jorge III en Londres debían desplazarse para pedir auxilios. Por «sus luces y conocimientos para tan delicado encargo» fueron elegidos don José María Queipo del Llano, vizconde de Matarrosa, luego conde de Toreno; el catedrático de la Universidad Andrés Ángel de la Vega Infanzón, «hombre de saber y de grande reputación»; y don Fernando Álvarez de Miranda como secretario.
Pero a las costas asturianas, y por extensión a todas, los barcos ingleses no arribaban legalmente desde que, aliados España y Francia, la enemistad con los británicos era la tónica salpicada de duros enfrentamientos (recuérdese el Trafalgar de 1805). Parece que en las inmediaciones del Cabo Peñas se avistó el bergantín 'Stace Brik' con patente de corso, lo que era habitual entre países enemigos para perturbar la navegación del contrario. Conocido el hecho Baltasar Cienfuegos, comisionado de la Junta en la villa, encargó al piloto Toribio Cifuentes negociar el viaje en aquel navío. No sin dificultades ni riesgo, ayudado por pescadores en aguas de Candás, convenció al capitán Fooll de la misión. Se acercó el barco corsario al puerto gijonés recibido con loas y para mejor relación solicitaron apoyo de John Kelly, un irlandés afincado en la localidad. Así fue cómo se consiguió el medio de traslado.
Debió resultar cuando menos curioso que los habitantes de Gijón «llenos de júbilo» dieran vivas a la nación inglesa, antes para todos la 'pérfida Albión'. Los embajadores de la Junta Suprema iniciaban un trayecto que les dejaría largo tiempo en la corte británica. Poco sospechaba José María Queipo de Llano, que el 2 de mayo aún estaba en Madrid, siendo estudiante, joven, elegante y culto, con su amigo Antonio Oviedo y el influyente Antonio Arias Mon, que 28 días después se haría a la mar a bordo de un corsario inglés con el objeto de pedir ayuda para los españoles en armas. Nada tampoco hacía presagiar al catedrático Andrés Ángel de la Vega sobre lo que por cuenta de la guerra le sucedería: Londres, Asturias, Cádiz, luchas internas en la Junta General, diputado constituyente. Y nada le hacía presagiar a Agustín Argüelles, el riosellano diputado, 'divino' orador, que andaba por allá en misión oficial, que se encontraría con vecinos solicitando la conexión hispano-británica para derrotar al corso, poco antes amigo... Cosas de la guerra que trastoca alianzas y vidas. El caso es que según relato, como todos los bélicos de henchido orgullo, Cienfuegos Jovellanos narró en la Junta que se hicieron «a la vela los enviados con su servidumbre entre cinco y seis de la tarde el día 30 de mayo, llevando de intérprete a don Silvestre de la Piniella y acompañándolos Cifuentes. Un gentío inmenso corona el muelle. Aclamación y aplausos resuenan por todas partes... La escena del embarque es de las más tiernas que imaginar se puede».
El diario de a bordo es otra aventura más. Una vez en Londres, los delegados llevaron a efecto su misión, contando con el apoyo del ministro de exteriores George Canning, conservador Tory, y atrayendo a la causa al rival partido liberal Whig como anunció el parlamentario irlandés Richard B. Sheridan. Que aquel atrevimiento fuera clave para la alianza hispano-luso-británica en el desenvolvimiento del conflicto nadie lo duda; y que en el debate del parlamento londinense constara que «no existió jamás nada tan valeroso, tan generoso, tan noble, como la conducta de los asturianos» fue regalo imprevisto. Las andanzas de los asturianos en la corte inglesa son muchas hasta su retorno, al igual que la vinculación y amistad entre patriotas españoles y británicos, como la que unió a Lord Holland y Jovellanos o a De la Vega Infanzón con el hermano de Wellington. Hubo tensiones, pero aquel viaje cambió muchas cosas.
La villa marinera y portuaria, que había dado a la corte su mejor y más leal sirviente, Gaspar Melchor de Jovellanos, 'Jovino' para los suyos, tan destacado en la Junta Central Suprema, órgano de gobierno de la España en guerra, también tendría momentos tristes. Uno de ellos la pérdida del ilustrado, que tanto quiso a su ciudad, y no vio el final de la invasión, pues, huyendo de los franceses desde Gijón, arribó obligado a Puerto de Vega mediado noviembre de 1811 a bordo de 'El Volante'. Enfermo fallece en la casa de Antonio Trelles Osorio el 28 del mismo mes. Este año hará 210. En la guerra y en la paz resultan ciertas muchas de sus máximas: «El verdadero honor es el que resulta del ejercicio de la virtud y del cumplimiento de los propios deberes». Añadimos que en tiempos difíciles se necesitan certezas y conocimiento del pasado para anclar seguro el presente. Que así sea.
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