La culpa es siempre de Poe
El escritor estaba al tanto de los últimos experimentos de electromagnetismo, química, historia natural, astronomía... Tan obsesionado estaba con los cuervos y los barriles de amontillado como con el análisis del universo y los puntos ciegos de la creación
Como lector, recuerdo la extrañeza que me producía leer 'Eureka. Un ensayo sobre el universo material y espiritual' o 'Las aventuras de Arthur Gordon Pym' ... después de leer cosas como 'Annabel Lee', 'Ligeia', 'La caída de la Casa Usher' o 'La máscara de la Muerte Roja'. En mi cabeza, las historias eran tan disímiles que parecía raro que saliesen de la misma tramoya mental. Tuvieron que pasar algunos años para enterarme de ciertas cosas: el mismo señor que creaba aquellos cuentos mórbidos y sublimes; el mismo que desbrozaba los caminos del cuento psicológico, policiaco, estético; el mismo que modeló la literatura moderna, también tenía otros intereses.
Edgar Allan Poe vive cuarenta años durante el siglo XIX, un periodo en el que se suceden milagros científicos. Poe había estudiado ingeniería y matemáticas en West Point, y estaba al tanto de los últimos experimentos de electromagnetismo, química, historia natural, astronomía. Tan obsesionado estaba con los cuervos y los barriles de amontillado como con el análisis del universo y los puntos ciegos de la creación. Tenía un ojo puesto en los cuentos góticos de Hoffmann y otro en la revolución americana que impulsaba la botánica, la física, la química, la medicina. Se busca la vida en muchos sitios, Richmond, Baltimore, Boston, Londres…, y los descubrimientos científicos se mezclan con Byron, Quincey, Fichte, Coleridge… Sin duda, la propensión al alcohol ya estaba desde el principio, la borrachera como destrucción, como puerta abierta a la locura. Una constante, igual que sus choques con la figura paterna, sus huidas, sus problemas de dinero, su perfil bifronte de poeta e ingeniero. «Si la ciencia había alterado las experiencias humanas del cielo nocturno y el mundo natural, la poesía podía devolver el gesto. La imaginación podía recoger los datos científicos y tejer con ellos nuevas experiencias de belleza, nuevas imágenes y emociones extrañas, nuevos mitos».
Poe defiende que la poesía (un poco como lo cuántico) no resiste que se inspeccione minuciosamente, porque si se examina de cerca, la belleza y la verdad desaparecen. Poe utiliza técnicas de ingeniería cuando escribe sus cuentos: optimiza fórmulas, establece principios de estilo, experimenta con resortes y fuerzas motrices de la narración. Enumera todos los pormenores y detalles de un viaje a la Luna, mientras impregna los fenómenos físicos con un perfume poético. Saca los relatos góticos de las mansiones malsanas y los coloca en medio de la naturaleza. Mientras dice que hay que trabajar como un artesano, se adentra paradójicamente en mundos espirituales y oscuros. Entremedias, en 1836, se casa con la famosa Virginia Clemm, alias Annabel Lee, cuya muerte catalizará uno de los poemas más conmovedores de la literatura universal (vi uno de los manuscritos en la Morgan Library de NYC).
Y la ciencia avanza, desafiando al mismo Dios, pero Poe hace tiempo que duda de su existencia, mientras comienza a darle duro a la botella. Los inventos y los descubrimientos se suceden, al tiempo que nuestro hombre se los explica a sus lectores, máquinas de vapor, astronomía, galvanización, fábricas papeleras… En sus artículos se mezcla la Ilustración con las partes más oscuras del universo, y en 1848 le hacen el famosísimo daguerrotipo por el que todos conocemos su rostro, esa cabeza tan grande, el gesto triste, como agobiado por las apariciones que se suceden en su mente. No hacía mucho que la técnica se había popularizado, e impresiona ver el primer selfi, el que se hace Robert Cornelius en Filadelfia en 1839. Y ahí vamos, en aquel allá y aquel entonces, con todo lo que puede desplegar Edgar Allan, hacia lo sublime tal como lo definía Burke: asombro, horror, admiración.
Con 'Eureka', Alla Poe pretende dar el salto hacia una aleación total: el panteísmo, el romanticismo más oscuro, el imperativo kantiano, el avance científico, el análisis y la inspiración, la construcción de lo ideal y el mecanismo frío y repetitivo de la máquina. Todo esto nos lo cuenta John Tresch en su ensayo 'La razón de la oscuridad de la noche' (Anagrama). Un análisis minucioso y apasionado de la imaginación de un genio, detective y poeta, espiritista y físico, borracho y asceta. Por mi parte, sigo prefiriendo los cuentos, su sensibilidad alucinada, el terror, la irracionalidad, lo enfermizo, la crueldad, la obsesión, esos universos de pesadilla cuya mayor virtud es hacerte incapaz de pensar que existe algo más allá: cuando estás en la Casa Usher, sólo existe el pantano. Porque la culpa siempre es de Poe, de todas las pesadillas que hemos sufrido, de todas las vocaciones que ha despertado. E ineludiblemente, siempre terminamos en 'Annabel Lee', ese poema póstumo, en el que los ángeles le tienen envidia, hace mucho, mucho tiempo, en un reino junto al mar, y hielan su corazón, y cuando llega la noche, me acuesto justo al lado de mi amada, mi vida, mi prometida, en su sepulcro allí junto al mar, en su tumba junto al mar ruidoso.
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