La escuela de Salamanca
En una España en que la especulación creaba nuevos y zafios ricos, sumida en una espiral inflacionista, sus propuestas liberales representaron un sonoro golpe en la mesa. Todo empezó a removerse
Hay cierto tic masoquista hispano a considerarnos peores que los anglos o que los franceses. Se trata de cierta estulticia alimentada por complejos noventayochistas, mera ... escoria retórica, porque basta con echar un vistazo detenido a la historia de España para comenzar a partirte de risa con estos trastornos represados. Sería suficiente con contemplar un cuadro de Goya o repasar la hoja de servicios de la Armada española, pero hoy nos vamos a centrar en la denominada 'Escuela de Salamanca'.
Corrían los primeros años del siglo XVI cuando la Iglesia romana llevaba ya un tiempo largo perdida en la mundanidad: fiestones, drogas, putas, concubinatos… La reacción no se hizo esperar: Lutero clavó sus 95 tesis en el corazón de la Urbe, y Erasmo propuso hacer frente a la crisis elevando el nivel cultural tanto del clero como del pueblo (ingente tarea…). Personalmente, pocas cosas me han divertido tanto como leer 'Elogio de la locura', pues la mala leche del de Rotterdam es enorme (y una derivada curiosa de su magisterio son los 'alumbrados' españoles, Juan de Valdés, Isabel de la Cruz… pero ya sería otro artículo). En todo caso, también la Iglesia romana tomó cartas en el asunto, fue la famosa Contrarreforma: las mejores mentes teológicas del imperio de Carlos V tratando de hacerle una endodoncia al fiasco y luchando contra los pasquines y hojas volanderas luteranas que corrían por toda Europa. En ese ambiente teológico-bélico, surge la Escuela de Salamanca.
Nos suenan los jugadores de su equipo, enfundados en la camiseta con la cruz de San Andrés: Melchor Cano, Domingo de Soto, Alonso de Covarrubias, Martín de Azpilcueta… Pero hay un 'diez' que destaca entre ellos: Francisco de Vitoria. Su tarea era revisar la doctrina, actualizarla y buscar un equilibrio entre la fe y la razón. El resultado es una revolución de las ideas, jurídicas, religiosas, económicas, que terminó por cambiar la vida civil y eclesiástica. En una España que era la Estados Unidos de la época, con una riqueza americana inacabable, pero que se escurría por las numerosas guerras imperiales (teníamos cinco frentes abiertos); en una España en que la especulación creaba nuevos y zafios ricos, sumida en una espiral inflacionaria, las propuestas liberales de los de Salamanca representaron un sonoro golpe en la mesa. Todo empezó a removerse: el misionado en América, los pilares de la Conquista, las leyes de Indias, la configuración del orden internacional, la economía globalizada… Por poner un ejemplo: el mismísimo Domingo de Soto escribió unos textos sobre física que se adelantaron a Isaac Newton en el descubrimiento de la ley de gravitación universal. Nos metemos en harina.
Para empezar, dan igual los improperios y la desfachatez de López Obrador y su alumna, Claudia Sheinbaum (los mismos que se están cargando la separación de poderes); da igual que Gustavo Petro, alias 'espadita valiente', olvide las buenas formas cuando le visita el rey de España; da igual que el narcodictador Maduro haga sus «Aló Presidente» con un monigote detrás que «dizque» es Bolívar (si don Simón resucitase y viese a un payaso con chándal al mando del país, haría otra revolución). La inmensa riqueza de la historia, la gramática, la filosofía, la teología y la jurisprudencia de las universidades españolas se repartió por todo México (Nueva España) y el resto de virreinatos. Una vanguardia que, a pesar de los despropósitos (y la grandeza) imperiales, era la envidia de Europa, y las primeras universidades se fundan en Lima, 1550, y México, 1551. Francisco de Vitoria defiende que los indios no son siervos, y que tienen derecho de propiedad sobre sus tierras. Vitoria se enfrenta a la usura y habla de precio justo, aplicando la moral a la economía, porque el equilibrio entre el libre mercado y el intervencionismo debe estar en función de los más necesitados. A partir de aquí, las Leyes Nuevas de 1542 y los Montes de Piedad. El mismo Keynes reconocerá que las teorías escolásticas españolas ayudaron a mantener bajos los tipos de interés, lo que resultó clave para el desarrollo económico. Vitoria también funda el derecho internacional, junto con Grocio y Gentili, para salvaguardar el libre comercio, pues una monarquía o poder civil universal es imposible. Habla de guerras justas e injustas, de monarcas que son culpables.
La Escuela de Salamanca se da cuenta de cosas hoy tomadas como algo de perogrullo: la necesidad de un equilibrio entre déficit y superávit y el desangramiento de las arcas del imperio debido a los prestamistas alemanes. Que la abundancia de dinero no hace a un país más rico, sino la buena gestión de recursos, la gente formada, las carreteras decentes, las instituciones eficaces… Que el valor del mercado en destino es lo que determina el precio. Todo esto basará las modernas teorías del valor o de la oferta y demanda. Y un apunte más: a pesar de Max Weber y su teoría de que el calvinismo parió el capitalismo, la verdad es que el catolicismo nunca estuvo en contra de hacerse rico. Por el contrario, la riqueza no es mala si se utilizan métodos honestos, pues permite ejercitar la virtud cristiana de la caridad, y hay algunos autores que sostienen que la sociedad capitalista ya había comenzado en 1517, cuando Lutero comenzó a moverse.
«Examinadlo todo, retened lo bueno», escribía Pablo en su primera epístola a los cristianos de Tesalónica. Contra los fantasmas, los ceporros, los que sólo desayunan clichés. Contra los matasietes y rastacueros que ahora ocupan cátedras políticas y digitales, es suficiente la lectura docta y dilecta, es decir, reflexiva y placentera. Y acordarse de quién manda ahora en el imperio americano. Y tener en cuenta el Brexit. Y cómo olía a podrido en la corte de Versalles antes de que François-Marie Arouet, alias Voltaire, comenzase a proporcionar argumentos para levantar las futuras guillotinas.
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