El hambre estratégica
Las fotos de los críos palestinos muriéndose de hambre me dejan perplejo, por sus reminiscencias, por las raíces que tienen ancladas en la memoria judía
Es algo muy antiguo. Ya Tucídides, en el 400 a.C., nos cuenta en su 'Guerra del Peloponeso' el valor que tanto Atenas como Esparta ... le concedían al hambre como arma estratégica. Aislamientos, asedios, cortes de líneas logísticas, destrucción de cosechas y ganado… Su efecto siempre era devastador. Los romanos no se quedaron atrás, y Flavio Josefo nos relata en 'La guerra de los judíos' cómo las legiones de Tito sitiaron Jerusalén en el 70 d.C. provocando un sufrimiento y una mortandad infinita. A principios del siglo XX, durante la colonización alemana de Namibia, las tropas imperiales expulsaron a los pueblos herero y nama al desierto del Kalahari, sellaron el acceso al agua y provocaron la muerte por sed e inanición de unas 75.000 personas. En 1915, durante la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano deportó y negó los alimentos y el agua a la población armenia, provocando un genocidio de un millón y medio de personas. Otro tanto podemos decir de Stalin, que durante la colectivización forzosa de los años 1932 a 1934, confiscó las cosechas ucranianas ocasionando el Holodomor, una hambruna que acabó con la vida de unos tres millones de personas. Podemos seguir un poco más.
Durante la Guerra Civil española, entre 1936 y 1939, existen episodios acreditados de que el ejército nacional utilizó el control estricto del abastecimiento alimentario para provocar hambruna y miseria. Luego nos situamos en 1941: es el asedio de Leningrado, un cerco total del ejército alemán que dura hasta 1944 y que causa la muerte por inanición de cientos de miles de civiles, llevando incluso a episodios de canibalismo. Ya en el siglo XXI, durante los conflictos de Siria y Nigeria, las restricciones deliberadas de alimentos a la población civil se han utilizado como medio de presión militar y política.
Y, finalmente, llegamos a lo que quería tratar, Gaza, que prosigue la herencia histórica durante el conflicto entre Israel y Palestina, mediante el bloqueo de ayuda e insumos esenciales en la Franja. Las imágenes las vemos todos los días, pero no creo que sean muy diferentes de las que se vivirían en el asedio de Jerusalén o durante los bloqueos de las naves atenienses. En todo caso, el objetivo es el mismo: desmoralizar, debilitar, forzar la rendición o sencillamente exterminar al enemigo.
Ya llevamos 60.000 muertos palestinos. Muchos, terroristas de Hamás, pero la gran mayoría civiles. No voy a entrar en estadísticas, o en las razones de la guerra, o en la animalada que hizo Hamás el 7 de octubre cuando invadió Israel, o en las causas políticas que han llevado a Benjamín Netanyahu a echarse al monte (seguramente lo veremos juzgado por crímenes de guerra). Ya se ha escrito mucho sobre ello.
Me voy a centrar en las fotos de los críos palestinos muriéndose de hambre. Eso es lo que me dejó totalmente perplejo, por sus reminiscencias, por las raíces que tienen ancladas en la memoria judía. Por ello, lo más conveniente es recurrir a Primo Levi, que es el escritor que mejor ha sabido contar los campos de exterminio, la complejidad del comportamiento humano en situaciones límite y extrema violencia.
Cuando sale de Auschwitz, busca contar las experiencias traumáticas y la condición de víctima a través de su 'Trilogía de Auschwitz'. Lo analiza todo, víctimas, verdugos, sin simplificar, buscando el conocimiento en las zonas donde más duele. En 'Si esto es un hombre' escribe que, si bien hay cosas que no se pueden comprender, hay que conocerlas para intentar que no se repitan. Con esta convicción, su relación con las políticas de Israel, desde su fundación hasta los años ochenta, fue mutando. Primo Levi sabía que ni siquiera la conciencia judía estaba libre de ser seducida por el Mal, aunque pensó que, tras la experiencia de los campos, los judíos estaban inmunizados contra la tentación de la violencia y la deshumanización del contrario. Evidentemente, se equivocaba.
En 1967, durante la Guerra de los Seis Días, apoyó a Israel, aunque ya empezó a verle las garras, y cuando estalló la guerra del Líbano en 1982, arguyó que no se podía esgrimir para siempre la victimización radical como excusa para la violencia. A partir de ahí, rechazó la violencia del gobierno de Israel, no sólo intrínsecamente, sino por el temor a una nueva ola de antisemitismo, así como por el miedo a convertirse en aquello contra lo que tanto había luchado. Los palestinos tenían derecho a la autodeterminación, con lo que bien se podían neutralizar los demonios que habitaban en el alma judía. Hasta su muerte, en 1987, sigue denunciando la deriva fascista del sionismo, y que la Shoá no legitima masacrar palestinos. En una entrevista en 1982, dijo: «El actual comportamiento del gobierno de Israel corre el riesgo de ser el peor enemigo de los judíos».
A estas horas, continúa la tragedia en Gaza. Bebés esqueléticos en unidades de cuidados intensivos. Adolescentes muriéndose de hambre y deshidratación entre las ruinas. Por supuesto, Netanyahu sigue negando que haya hambruna en Gaza, afirma que es cosa de la propaganda de Hamás. Y que eso de que el ejército israelí esté disparando a los palestinos que se acercan a los escasos puntos de distribución de alimentos también es mentira. Lo paradójico, a pesar de todo, es que los palestinos no van a desaparecer; de hecho, las naciones europeas han comenzado a reconocer su Estado. Y por este método, tampoco Hamás va a poder ser desmantelado, hidra de infinitas cabezas que seguirá alimentándose de la desgracia palestina. Amos Oz, David Grossman se erigieron en la conciencia de Israel, y escribieron sobre las contradicciones del país y los martirologios tanto judío como palestino. También el cuentista Etgar Keret. No obstante, mi pregunta penúltima sería: ¿en qué se está convirtiendo Israel? Y mi pregunta última sería: ¿qué pensaría Primo Levi?
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