Una negra cantando 'La Marsellesa'
Lo lógico es facilitar canales legales para quienes quieren llegar por vías válidas y oficiales. A partir de ahí, el que venga a España tiene que saberse la Constitución de pe a pa, aprender el idioma y venir a aportar
La primera vez que visité Burdeos me quedé un poco descolocado. Iba en busca de las esencias de Michel de Montaigne y, sin darme cuenta, ... crucé una barrera invisible y me encontré en medio de una ciudad marroquí. Esto, que en Francia es lo normal, en España aún no era algo visible del todo. En mi barrio madrileño hay una frutería estupenda, llevada por musulmanes educadísimos y eficaces, que traen buenos productos. Estos son los que vienen a currar, y curran. También, más allá de la M-30, cerca de la gran mezquita, comienzan a formarse ghetos en los que posiblemente vivan los propietarios de la frutería, y en los que también pueden vivir los individuos que provocarán otro Torre Pacheco. Esto es incoercible, y hay que estar apercibidos.
Por un lado, tenemos la Ley española, por otro, el Código de Hammurabi. Por un lado, tenemos a la izquierda y la extrema izquierda, diciendo que los extranjeros son benditos a los ojos del progresismo, y enfrente tenemos a la extrema derecha tirando de la derecha, queriendo deportar hasta a la estatua de Abderramán (o sea, magrebíes y subsaharianos, y no tanto a los sudacas). Existe un problema que no va a desaparecer por mucho que el vacuo revival de 'La Ceja' nos dé la turra con su superioridad moral (da como cosa: tanto talento junto y tan poca autocrítica, y eso que Stalin les dejó un manual muy eficaz): la inmigración irregular. Repito, Ana Belén y los conspicuos abajo firmantes pueden ponerse en modo santero, abogando por una dictadura eterna del progresismo transformador («el comunismo, aquí en España, ¿a ti te ha hecho algo malo?», preguntaba Ana Belén al propagandista Évole), pero muchos de los irregulares van a acabar trabajando en negro, delinquiendo, o viviendo de la beneficencia.
En esas condiciones, el personal no se va a integrar, va a acabar frustrado, y lo normal es armar una yihad por cualquier cosa. «Cultiva la piedad, no alejes el ángel de tu puerta», eso lo escribía William Blake. No hay que identificar inmigración con delincuencia, pero tampoco hay que olvidar que por cada estropicio que hagan, el voto a Vox, a la Aliança Catalana, a la Agrupación Nacional Francesa, a Alternativa por Alemania o a Reform UK va a crecer. Sánchez se hace el loco porque le interesa que crezca Vox, pero, claro, los españoles queremos que, a cambio de nuestros impuestos, no nos pegue una paliza un chaval de 17 años que debería estar aprendiendo un oficio, en vez de estar en la calle en plan 'La naranja mecánica'.
No podemos vivir sin los inmigrantes trabajadores: recuerden que son 8 millones, el país se detendría. Por ello, para prevenir guetos y banlieues y zombificaciones varias, hay que regular minuciosamente la inmigración, y que todo se haga dentro de la Ley (Dura lex sed lex). Hay que saber que el perfil más frecuente de inmigrante irregular es una mujer con hijos a su cargo, que suele trabajar en el servicio doméstico. Entran con visado de turista, y se quedan currando mientras intentan regularizar la situación en un laberinto burocrático. Con esto en mente, lo lógico es facilitar canales legales para quienes quieren llegar por vías válidas y oficiales. A partir de ahí, el que venga a España tiene que saberse la Constitución de pe a pa, aprender el idioma (si no es hispanoamericano), y venir a aportar, como los fruteros musulmanes. A partir de ahí, tienen su cultura, sus costumbres, pero ahormadas por las leyes españolas. En caso contrario, ahí tienen el aeropuerto para regresar a la patria de la que habían salido por pies. Esto vale igual para un señor que rece mirando a la Meca que para un ecuatoriano. Ocupaciones, violencia, robos, delincuencia… nada tiene cabida en esa piedad de Blake. Pagas, subvenciones, facilidades, médicos para la gente que viene con la intención de integrarse, cómo no, por supuesto, pero bajo unas condiciones de hierro. Y esto no es ni fascista ni xenófobo, esto es sentido común, es tener claras las bases de una convivencia pacífica, y que las cosas no se desmadren como en Francia y no tengamos otro Michel Houllebecq escribiendo nuestra particular 'Sumisión'.
Los periódicos franceses están ocupados estos días con el tema. Francia tiene problemas con la natalidad, igual que nosotros, y le están dando vueltas a diferentes fórmulas: inmigración selectiva; poner a trabajar a 1,8 millones de personas que reciben la 'renta activa solidaria'; el modelo canadiense, que evalúa necesidades y establece cuotas… (recordemos que, durante los Juegos Olímpicos, 'La Marsellesa' fue cantada por una negrona de rompe y rasga, de orígenes malinienses, Aya Nakamura, más francesa que Edith Piaf, para susto de los lepenistas: es sólo un detalle). En Italia, Giorgia Meloni, que abogaba por la inmigración cero, recibió una llamada de los industriales y le preguntaron: «¿Y a quién ponemos en nuestras líneas de producción?». Resultado: en 2023 concedió 450.000 permisos de trabajo. La realidad y su muro, da igual la ideología de la extrême droite o la demagogia del 'Gran Reemplazo'. En casa, Abascal intenta la jugada de meter miedo con los extranjeros, igual que Trump, y cuenta películas del tipo que diluyen el espíritu nacional de nuestro pueblo (¿?), y que nos quitan la vivienda y el sitio en la cola de la Seguridad Social y en la del autobús (ejem, los currantes extranjeros generan un 25% del crecimiento del PIB nacional). O sea, que por Abascal volvemos a hacer matanzas del cerdo todos juntos, para ver si podemos desenmascarar al «alien» judío y mahometano. En casa, los restos del PSOE y la extrema izquierda (no se confundan, son los de siempre: Sumar, Podemos, Izquierda Unida…), continúan con un discurso tan buenista como peligroso, «dadme a vuestros cansados, a vuestros pobres, a vuestras masas apiñadas ansiosas de respirar en libertad, a los miserables desechos de vuestra rebosante orilla» (y mira que es bueno el poema de Emma Lazarus). Entremedias, las encuestas dicen que el 73,4% de los españoles consideran excesivo el número de inmigrantes en España. En Europa ya se legisla para dar más poder al Estado y se triplica el presupuesto destinado a migraciones y control de fronteras. Ana Belén sigue sin leer al facha Agustín de Foxá y al anarco George Orwell para enterarse de lo que el comunismo puede hacer «aquí en España». Y en este vórtice damos vueltas, una y otra y otra vez.
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