Una transición por los pelos
El Franquismo fue una dictadura militar, y salió del golpe de Estado del 18 de julio, por supuesto, pero la República hacía mucho que había perdido el control del orden público, y derivó hacia el totalitarismo comunista
Una 'memoria democrática' es memoria y es democrática cuando hay consenso. Como no lo hay, tenemos a un gobierno empeñado en colocar una placa en ... la Casa de Correos para recordar que allí estuvo la DGS y que se torturaba mucho, pero sólo porque allí vive Ayuso, la bruja del cuento. Si estuviera un socialista, sólo se dedicarían a sacar brillo a la placa del 2 de mayo. Es la misma memoria que olvida que hubo 345 chekas en Madrid, gestionadas por el Partido Socialista, el PCE y la CNT, entre ellas, la catedral de las chekas: el Círculo de Bellas Artes. En esta tesitura, tenemos a cierta izquierda denunciando la inmoralidad de la Transición, de nuevo con una memoria renqueante y sesgada, así que, por 'dharma', o sea, por deber moral, vamos a recordar cómo estaban las cosas cuando Franco se muere.
A principios de los 70, el régimen franquista era una gigantesca construcción de cartón-piedra, pero con una capacidad letal aún considerable. El parkinson hacía mella en el Caudillo, pero era un dictador que, como Hitler, aunque no pudiese tomar una taza de té sin derramarla, todavía disponía del poder para mandar fusilar a discreción («me sacarán con los pies por delante», había dicho). Y todos, tanto instituciones como personas estaban sentados sobre una falla. Los monárquicos juanistas eran una jaula de grillos que conspiraban contra Juan Carlos. El 'búnker', con Girón de Velasco y el marqués de Villaverde, seguía colocando los ladrillos del muro (de qué nos suena esto). La Falange asilvestrada presionaba en todas direcciones para mantener el 'movimiento', en este caso una regencia militar republicana (Agustín Muñoz-Grandes prolongaría una dictadura con contenido social). Y no me puedo resistir a recordar aquella carta, prodigio de estilo, que mandaron contra Fraga: «un aventurero de ambición ilimitada, secundado por un equipo de traidores procedentes de todos los campos de la picaresca». El PCE todavía era estalinista. Joaquín Ruiz-Giménez quería ser el nuevo Alcalá-Zamora de una República (cuánta ingenuidad). Alfonso de Borbón quería ser califa en lugar del califa, y ni Juan ni Juan Carlos, porque para eso era Borbón, con un doble ducado, y se llamaba JaimeMarcelinoManuelVíctorMaría. ETA y el FRAP ya estaban dándole al gatillo. El campo social estaba revuelto: los estudiantes, los sindicatos, los curas obreros, los vascos, los navarros. En medio de este pandemonio, el toque berlanguiano lo daba Esteban Bilbao, el carlista que presidía las Cortes: «Qué cosas me toca ver en la cima de mi vida: una cismática sentada en el trono de los Reyes Católicos» (lo decía por Sofía).
Así las cosas, la bombonera política estaba llena de chocolates envenenados, y tenías que elegir sí o sí. El propio Max Aub vuelve a España y flipa y escribe 'La gallina ciega', contando que la España republicana que recordaba ya no existe, subsumida por una sociedad consumista y despolitizada (se equivocó en lo de 'despolitizada', pero no dejen de leer su hexalogía sobre la Guerra Civil, 'Los Campos'. Y abundemos en el contexto: Nixon y Kissinger quieren que haya una transición, aunque Franco le deja caer a Juan Carlos que no habrá partidos políticos, «ni ahora ni nunca». En el 73 vuelan a Carrero Blanco y el búnker se agita como una reunión de orcos. Hassan II se lanza a por los despojos de los dominios españoles. Se declara un estado de excepción en el País Vasco. Hay inflación y hay paro. Franco tiene sus dos últimos infartos y la acaba espichando el 20 de noviembre de 1975 dejando este panorama tras él (y una gran frase sobre Berlanga: «es peor que un comunista, es un mal español»).
Bien, ya tenemos el escenario, pero nos interesan los bastidores. Ahí es donde Juan Carlos, Santiago Carrillo, Adolfo Suárez, Torcuato Fernández Miranda, Manuel Fraga, Felipe González, Manuel Gutiérrez Mellado, y tantos otros trabajaron para que hubiera democracia. Ley de Reforma Política, elecciones generales, Pactos de la Moncloa, aprobación de la Constitución… Los comunistas aceptaron la monarquía, los socialistas renunciaron al marxismo, la UCD rehusó el confesionalismo católico, el Ejército se mantuvo al margen de los procesos democráticos... La reconciliación sobre el resentimiento. Una amnistía de verdad, con sentido. Y la mejor etapa de España en toda su historia. Resumiendo: todo salió más o menos bien, considerando que el sistema era estocástico, y que en aquella época o eras güelfo o eras gibelino, no había tercera vía. Se hizo lo que se pudo, y todos estos 'guerracivilistas', y quienes están contentos con la polarización, deberían hacérselo mirar. Las leyes de memoria histórica o democrática, las leyes de Concordia son trágalas que no van a funcionar hasta que nos sentemos en una mesa y nos acordemos de que, como decía Raúl del Pozo, los mismos que fueron al entierro de Franco fueron luego al de la Pasionaria.
El Franquismo fue una dictadura militar, y salió del golpe de Estado del 18 de julio, por supuesto, pero la República hacía mucho que había perdido el control del orden público, y derivó hacia el totalitarismo comunista. Repasemos a Ortega y Gasset, a Unamuno, a Chaves Nogales, y no pequemos de relapsos. El 20% de los jóvenes cree que la dictadura fue buena y están decepcionados con la democracia. La extrema izquierda clama para tomar medidas contra los jueces. Algo está jodido y debemos hacernos preguntas. Entre las cuestiones que pueden tener que ver, el paro, los sueldos bajos, la vivienda, la inmigración ilegal, la corrupción de los políticos. Franco hace mucho que está enterrado, pero si no puedes construir una vida en la actual democracia, eso lleva a Vox, a Alianza Catalana, a Alvise Pérez, a Sumar, a Bildu, a Podemos. La matraca sanchista sobre el franquismo, todos estos 'antifranquistas póstumos', ignoran la historia de España, y carecen de intención alguna de centrarse en la precariedad que sufre la sociedad. Una clase media pujante es lo único que nos protege de otro estallido fratricida. La Transición fue un éxito, algo milagroso, y si seguimos así, ni la propaganda, ni la desmemoria, ni la ignorancia, ni la soberbia autorreferencial nos va a librar de otra chapuza cateta y monumental. Y que no se olviden de sacar los cráneos de las cunetas. Los de ambos bandos.
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