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Santaclara o 'Santa', que es lo mismo

Martes, 5 de agosto 2025, 02:00

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Siempre anduve muy metida en temas relacionados con la ayuda a los más necesitados, yo diría que primero fue por imperativo familiar, mi padre no ... nos permitía mirar para otro lado cuando en Villa cajón vivían como vivían, en las casa de la Urgisa se respiraba miseria y la pobreza amenazaba a demasiada gente. Con el tiempo entendí que era obligación de justicia socorrer, cada uno en la medida de sus posibilidades (no muchas) a quien lo necesitaba. De la mano de Pedro González Fuentes, otro gran benefactor de Gijón, formé parte de UNICEF, que por aquél entonces se dedicaba a recaudar fondos para los once millones de niños menores de cinco años que morían por una vacuna que costaba dos pesetas (dije bien, pesetas). Mi padre se fue y después, demasiado después, conocí a Santa. Y de nuevo sentí esa necesidad ya casi olvidada de dedicar algo de tiempo a los demás, a los que no tienen casi nada, a personas para muchos molestas porque trastocan un poco ese bienestar que nos hemos fabricado artificialmente y que mira siempre hacia afuera, nunca hacia dentro, hacia nuestro interior. Hacia donde Santa me enseñó de nuevo a mirar. Lo primero que llamó mi atención fue su aspecto físico, esa coleta blanquecina que caía sobre sus hombros y esas largas camisas que me recordaban otros lugares más espirituales que materiales, y fui conociéndolo a través de interminables conversaciones de lo divino y de lo humano. No tardó mucho en llevarme a su terreno, el de la solidaridad, el de la ayuda, el de la cercanía a quienes por distintas razones nadie escucha y si me apuran hasta tienen poco que contar; pero Santa llegaba, llegaba a gentes abandonadas a su suerte a las que nadie quería socorrer. Él lo hacía, llenaba esos vacíos que deja el abandono, la enfermedad mental, la exclusión por una u otra causa. Con Santa no había exclusión fuese cual fuese el problema. Pero se fue demasiado pronto, como mi padre, cuando me encontraba asimilando y admirando sus experiencias, su sabiduría. Ahora me siento de nuevo huérfana, aunque menos, porque en la entidad Siloé, que él fundó, se seguirá trabajando duro para incrementar, si es que ello es posible (el listón quedó muy alto), la solidaridad en su más amplia acepción. Echaré de menos sus conversaciones, su tranquilidad, su inmensa paciencia y esas enseñanzas que sin proponérselo nacían de sus palabras. Sé que se fue en paz, queriendo vivir, pero también sabiendo que el camino tenía su recorrido y que el suyo, pese al esfuerzo, tenía que concluir. Maldita enfermedad, siempre se lleva a los mejores y suele hacerlo antes de tiempo. Cuando pienso en Santa, me viene a la memoria esa obra de Unamuno, San Manuel Bueno y Mártir, pero es posible que me equivoque, porque creo que Santa nunca perdió la fe, aunque entendía la religiosidad a su manera bautizó a mis nietas, Inés y Ana, lo que ha de tener su significado.

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