El cumpleaños de Luis Sepúlveda
Jaime Rodríguez
Sábado, 4 de octubre 2025, 18:03
Paseando por el jardín del museo Evaristo Valle festejando su último cumpleaños juntos recuerdo una de las ultimas cosas que hizo Luis Sepúlveda, plantar bambú ... en su última casa, terminado apenas unos meses antes de su muerte a causa de la Covid-19. La conexión entre el escritor y la naturaleza dan significado a sus textos, situando en la percepción de sus lectores la defensa a ultranza del medio ambiente. Batallas que los humanos le vamos ganando a la naturaleza a base de construir una realidad hacia el camino inverso.
Es imposible seguir leyendo sus novelas sin quedar hipnotizado por el magnetismo que desprenden sus palabras, que, como subrayó una noche en un asado en Somió José Saramago, entran en el terreno del realismo mágico rebelde de un optimista escarmentado.
Pero volviendo a esos paseos en el jardín del museo, y mientras paseaba descalzo disfrutando de la descarga de campos electromagnéticos de nuestro día a día, pude escuchar como la guía de naturaleza resaltaba que los bambús habían llegado justo después de la pandemia y según el jardinero transportados por fuertes vientos del sur desde algún jardín cercano. Y destacaba sonriente a modo de cuento pequeño que había días que alguna caña parecía comida por un pequeño oso panda de la zona.
En ese preciso instante pensé en aquella maravillosa frase de Montaigne, «La vida es ondulante», y recordé aquella tarde de cumpleaños que paseamos juntos por el museo Evaristo Valle y Lucho quedó prendado de un bonsái que preside la entrada, un pino insigne donado por Roberto González. Mientras un mosquitero musical ejecutaba su canto aflautado de manera repetida señaló con voz de arquitecto paisajista que a ese espacio le faltaban unas hierbas de bambú como los que habíamos plantado en su casa para acompañar y proteger a aquel ser indefenso de los posibles hongos por antracnosis. Como nunca sabía si lo que decía era algo contrastado o se lo acababa de inventar justo en ese preciso instante le solté mi primera ocurrencia para seguir tirando de la broma: si crecieran aquí tus bambús igual podría llegar cualquier día un oso panda de algún niño rico caprichoso de la zona que abandonaría a su mascota después de que dejase de ser novedad a comérselos. Y él atento al canto del ave cercana soltó con una risa burlona que lo llamaríamos el bambú del oso panda que ayudó a un mosquitero musical a volar.
Aquella tarde que escuchaba a la guía de naturaleza del museo no me atreví a descubrir la procedencia del bambú y señalarle el camino de su trazabilidad para dar por buena la tesis del maestro jardinero, e incluso decirle que un vecino ya había puesto nombre a dicho espacio unos meses antes de que existieran. En definitiva, a decirles que en ese lugar naturaleza y ficción se dan la mano.
Cuando agito las cañas de bambú de la entrada del museo remuevo un encuentro con el Sepúlveda luchador, sabio, verdadero, valiente, cariñoso, y hasta un poco mucho de playu, el que nunca dio una batalla por perdida y el maestro de todo. Un escritor que moldeaba la realidad de una vida injusta , y al hacerlo, nos señalaba que el mundo es muy mejorable.
¡Feliz cumpleaños, Lucho!
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