Gaviotas asesinas
José Busto
Lunes, 14 de julio 2025, 02:00
Estábamos mi colega Morilla y yo en la Plaza de Carlos Lobo, apurando un Fino La Ina y divagando sobre el genocidio palestino, cuando una ... gaviota se arrojó sobre nuestra mesa con la furia de un misil Tomahawk. Intentamos defendernos a manotazos temiendo que aquel monstruo abyecto llegado del cielo nos sacara los ojos. El camarero, al oír el jaleo, salió dando palmadas, pero sin atreverse a dar un paso más. Tal era la rabia desplegada por aquel demonio que picoteaba y arañaba al buen tuntún y arrasaba con todo y profería chillidos agudos como un Moisés primitivo y demente recién salido de la montaña.
Las copas estallaron y esquirlas de cristal afilado silbaron con el ritmo hostil e injusto de la metralla. Aquella bestia había activado un protocolo de humillación para recordarme que el mundo se divide en dos tipos de seres: los que devoran y los que son devorados. Ningún telediario te enseña a morir a cien metros de casa. Me despedí de mi amigo con voz trémula: ha sido un honor emborracharme a tu lado. El jerez dibujó una constelación de sangre oscura sobre mi ropa y cerré los ojos para morir. Morilla me agarró por la pechera y me arrastró hacia la seguridad del bar mientras yo gritaba: sálvate tú. La gaviota lanzó un alarido triunfal, se embuchó los dos pinchos de tortilla con palillo incluido y abandonó el lugar dejando atrás estropicio y desolación.
Y pensar que no hace tanto tiempo se las consideraba plagas infectas del Antiguo Testamento. Criaturas malditas portadoras de un virus incompatible con la civilización. Fletaban cuadrillas ferroviarias para localizar sus nidos y rociarlos con veneno industrial. Y también se aprovechaba su grasa para hacer jabón y trofeos mientras se hablaba de control poblacional y de soluciones finales con sonrisa técnica.
Cuando conseguimos recuperarnos, Morilla recitó un monólogo que siempre traía a colación cuando estaba achispado. El ser humano es una criatura singular. Todos sus actos los motiva el deseo, pero su carácter lo forja el dolor. Y por más que intente reprimir el dolor y contener el deseo, no logra liberarse del eterno grillete de sus sentimientos. Mientras la tormenta brame en su interior, no encontrará la paz ni en la vida ni en la muerte. Y así, día tras día, se verá zarandeado por ella. El dolor es su barco y el deseo su brújula. ¡De lo que es capaz el hombre!
Es cierto. Somos como animales prehistóricos. Grandes, poderosos y sanguinarios. Lo dice La Biblia. Solo sabemos ir en línea recta. Ignoramos lo que no vemos y despreciamos todo excepto a nosotros mismos. Creemos distinguir una luz y hacia allí nos dirigimos sin mirar atrás. Deseamos algo y no paramos hasta conseguirlo o morir en el intento. A cada paso que damos, la tierra tiembla y el agua se evapora. Los animales más pequeños huyen, aunque sea cuestión de tiempo que los alcancemos, porque no hay agujero en el universo lo bastante profundo y oscuro donde pasar desapercibido a nuestro olfato asesino.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión