Cielo, infierno y agenda 2030
La agenda 2030 está hecha con mentalidad salvífica. Funciona como un libro sagrado que descalifica moralmente a quienes no lo acepten, porque se sostiene sobre ideales y buenas intenciones que nadie debería cuestionar
António Guterres, secretario general de la ONU, ha dicho con tono de profeta apocalíptico que la humanidad ha abierto las puertas del infierno. Su voz ... solemne, dirigida a la humanidad, resonó en la presentación de la Agenda de la Aceleración, un llamamiento urgente para combatir la crisis climática y vinculado a la Agenda 2030, cuyos fines deberían perseguirse con mayor premura. Recordemos que la Agenda 2030 propone diecisiete «objetivos de desarrollo sostenible» mundiales, herederos de los «objetivos de desarrollo del milenio». Entre ellos están el trabajo digno, la erradicación del hambre o la igualdad entre los sexos.
En su clásico 'Rebeldes primitivos', el historiador marxista Eric Hobsbawm define con tres características el milenarismo (la doctrina religiosa medieval según la cual llegaría un milenio de felicidad antes del Juicio Final): la pretensión de cambiar el mundo reemplazándolo por otro mejor, el mesianismo y la indefinición a la hora de concretar cómo llegar a ese mundo mejor, a pesar de lo cual individuos mesiánicos guiarían a los demás hacia él. Creo que estas características definen razonablemente bien lo de António Guterres. La ONU nos anuncia un cambio catastrófico que, sin embargo, podemos remediar con un enérgico esfuerzo de voluntad colectiva. El mundo está mal y si hacemos ese esfuerzo, llegará un mundo mejor. Por supuesto, un grupo de elegidos nos orienta. He aquí las palabras literales de Guterres: «Todavía podemos construir un mundo con aire limpio, trabajos verdes y una energía limpia asequible para todos. El camino hacia adelante es claro. Ha sido forjado por luchadores y pioneros». Estos pioneros son los activistas, los pueblos indígenas, los ejecutivos concienciados y los políticos ecologistas, que luchan contra reloj frente a «las presiones y la codicia manifiesta de intereses arraigados que recaudan miles de millones de dólares de los combustibles fósiles». El bien contra el mal. ¿Y cómo se sale del mal para ingresar en el bien? ¿Cómo se pasa del infierno al cielo? Mediante el cumplimiento de la Agenda 2030. Lo que pasa es que la agenda señala fines sin especificar los medios para alcanzarlos.
Lo único que se sabe del cambio climático es que está ocurriendo. De qué modo y, sobre todo, en qué medida influye la actividad humana en él, es motivo de controversia científica. Sin embargo, se monta a su alrededor todo un programa político que va más allá de lo político y se convierte en moral y hasta religioso, aunque se trate de una religión laica. La Agenda 2030 está hecha con mentalidad salvífica. Funciona como un libro sagrado que descalifica moralmente a quienes no lo acepten, porque se sostiene sobre ideales y buenas intenciones que nadie debería cuestionar. ¿Quién va a estar en contra de acabar con el hambre o con el trabajo precario?
El problema es que por debajo de ese idealismo bullen procesos geopolíticos y conflictos que no se resuelven con buenas intenciones. Por lo pronto, nadie nos dice cómo se puede extender el Estado del bienestar a ocho mil millones de personas. Quiero decir: cómo se puede extender con mecanismos que vayan más allá de la buena voluntad. Pero la cuestión es aún más perversa. Que la Agenda 2030 esté asentada en el idealismo no significa que carezca de efectos reales. De entrada, pone a los países que la adoptan a los pies de los caballos en lo que a producción y uso de recursos energéticos se refiere, con todo lo que ello conlleva para la industria, el comercio o las condiciones laborales. Lo que puede abrir las puertas del infierno es precisamente querer el cielo en la Tierra.
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