Errejón y su pecado
El patriarcado y el neoliberalismo funcionan como estructuras abstractas que lo explican todo, desde el malestar personal hasta la crisis ecológica, pasando por una mala educación a la hora de relacionarse con el otro sexo
El fenómeno que ha estallado alrededor de la carta de Íñigo Errejón es interesantísimo, porque en él laten un montón de temas de nuestro tiempo. ... Se puede abordar desde varias perspectivas, de las cuales solamente voy a enunciar cuatro. Las dos primeras exigen distinciones que nos alejan de la confusión provocada por el ruido y la furia.
En primer lugar, cabe subrayar la distición entre testimonio, acusación y denuncia. Un testimonio es un relato personal acerca de una experiencia. En sí mismo es neutro, ni positivo ni negativo, y no es verdadero ni falso. Una acusación es la atribución a alguien de una mala conducta. No es neutra, sino negativa, pero tampoco es verdadera o falsa en sí misma, pues quien la hace no es imparcial. Una denuncia, que se interpone en una comisaría o en un juzgado, es una imputación de un delito o una falta. Tampoco es neutra, es negativa, y su veracidad se decide judicialmente.
En segundo lugar, cabe subrayar también la distinción entre moralidad y legalidad. No todo lo inmoral es ilegal, y lo inmoral merece reprobación antes que castigo, aunque si su grado es alto puede considerarse socialmente punible. Lo habitual es que, a mayor hipocresía, menor gradación.
En tercer lugar, podemos recordar que las relaciones humanas, y muy especialmente las 'sexoafectivas', son inseparables de la ambigüedad e incluso de los juegos de poder, de modo que es imposible trazar una frontera nítida entre voluntad y deseo. Cuando además se trata de actividades realizadas en la intimidad, no existe el punto de vista de un tercero que las valore desde fuera.
En cuarto lugar, podemos recordar que una misma experiencia se puede vivir de forma más o menos traumática según el contexto y según cómo se la recuerde. Si se da un contagio social del tipo del que hace pocos años se produjo con el fenómeno de los supuestos pinchazos en las discotecas, por ejemplo, entonces la ambigüedad tenderá a eliminarse y se identificarán nítidamente una víctima y un culpable.
Por lo demás, quizás lo más interesante de la carta de Errejón sea su mezcla de autoinculpación implícita y autoexculpación psicoterapéutica. Hay inculpación implícita porque, sin mencionar ninguna mala conducta, afirma que su «subjetividad» ha sido «tóxica» con «compañeros y compañeras». Hay autoexculpación por vía psicoterapéutica porque afirma llevar tiempo «trabajando en un proceso personal y de acompañamiento psicológico». Dicho de otro modo: quizás ha pecado, pero se ha arrepentido, se está confesando (en público) y tiene propósito de enmienda. Pero eso no es todo. El pecado, en realidad, no sale del fondo de su alma; parte de la culpa la tienen las circunstancias: «El patriarcado multiplica» la «subjetividad tóxica […] en el caso de los hombres», y la «forma de vida neoliberal» es un obstáculo para ser consecuente con la defensa de «un mundo nuevo, más justo y humano».
Hoy el pecado ha sido desplazado por el trastorno. Cuando alguien se porta mal, es posible contemplar la posibilidad de una enajenación: no es uno mismo de veras quien actúa, sino que uno actúa como si fuese otra persona, igual que en las posesiones diabólicas. Para el caso que nos ocupa, a lo que en otros tiempos hacían los demonios y hoy hacen los problemas psicológicos –sacarle a uno de sí mismo– han contribuído el patriarcado y el neoliberalismo, que funcionan como estructuras abstractas que lo explican todo, desde el malestar personal hasta la crisis ecológica, pasando por una mala educación a la hora de relacionarse con el otro sexo que años atrás, en situaciones leves, se habría resuelto con una bofetada.
Es tentador hacer leña del árbol caído ensañándose con alguien que ha justificado el linchamiento de otros que atravesaron circunstancias similares a la suya. Pero, aparte de que Richard Rorty tenía razón cuando fiaba la vida pública de una comunidad civilizada al rechazo de la crueldad, creo que lo más racional es respetar la presunción de inocencia de todo el mundo, incluyendo la de quien se la ha negado a otros. Llama la atención que, desde las trincheras políticas desde las que se ha criticado –con razón– la Ley de Violencia de Género, la ley 'sólo sí es sí' y toda la ideología que las arropa, haya quien se sume al linchamiento de alguien que de acuerdo con esta última ha pasado al lado oscuro de los impuros. Ojalá la psicoterapia lo remedie, porque para el puritanismo que alienta esa ideología no cabe el perdón.
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