Que el dolor no nos sea indiferente
El bombardeo sobre Irán y la entrada de Estados Unidos en el conflicto sirve al Gobierno de Israel para desviar la atención y eclipsar el genocidio que está llevando a cabo en Gaza. Y todo ante nuestros ojos
Llevo tiempo observando atónito y perplejo las terribles imágenes aunque escasas (deberían ser multitud de cámaras emitiendo sin parar lo que acaece en Gaza) transmitidas ... por los medios informativos de las atrocidades que está cometiendo el gobierno de Israel. Por si fuera poco, en una huida hacia adelante, declaró la guerra a Irán, bombardeando su territorio, asesinando a científicos nucleares y a su cúpula militar. El bombardeo sobre Irán y la entrada de Estados Unidos en el conflicto les sirve para desviar la atención y eclipsar el genocidio. Siento vergüenza ajena por pertenecer a esta especie, no sé muy bien de qué, ¿humana? Pienso que una gran parte de los líderes del mundo con su silencio cómplice y adoptando una actitud pasiva, ciega y mirando hacia otro lado, están haciendo posible, por acción u omisión y atendiendo a intereses geoestratégicos, que se repita una vez más en la triste Historia de la humanidad, la masacre de un pueblo al que están exterminando, vejando hasta la extenuación, torturando y sometiendo al hambre como arma de guerra, ante nuestros propios ojos, lo repito, ante nuestros ojos.
Me pregunto si queda algo en esta tercera década del siglo XXI de aquella incierta estabilidad con equilibrios delicados que se vivieron en la segunda mitad del siglo XX. Tras la barbarie que fue la Segunda Guerra Mundial surgió un movimiento a favor de la paz, en contra de las guerras, buscando la coexistencia entre los países y en los que se fue plasmando poco a poco la genial idea de una 'Declaración Universal de los Derechos Humanos'. Que después de muchos borradores y enmiendas, el 10 de diciembre de 1948, se consiguió el texto definitivo. Un documento que, sin lugar a dudas, ha sido el proyecto ético contemporáneo más importante. Fue promulgado precisamente para evitar que los derechos más elementales de los seres humanos fueran vilmente aplastados por el fanatismo, las guerras y los conflictos. Estamos hablando de deportaciones, campos de exterminio, el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Japón, bombardeos sobre civiles y ciudades, que arrojaron alrededor de 30 millones de civiles muertos. Aquel acuerdo aprobado por la Asamblea General de la ONU en París fue necesario, aunque no suficiente. Las décadas siguientes estuvieron plagadas de guerras y baños de sangre: Corea, Vietnam, las guerras de descolonización de las potencias occidentales, las dictaduras militares de Chile y Argentina, las guerras de Irán, Irak, Libia, Siria y el conflicto sempiterno entre israelíes y palestinos, que marcó toda la segunda mitad del siglo XX y, como observamos, sigue ardiendo con intensidad en lo que llevamos del siglo XXI.
La cuestión estriba en que los derechos humanos no están dados naturalmente de antemano porque se promulgara el texto, sino que son fruto de un largo esfuerzo de lucha por parte de algunos gobiernos democráticos, movimientos sociales, educativos y organizaciones no gubernamentales, que nos enseñaron a mirar hacia ciertas conductas e ignominias a las que, a veces, no solemos prestar atención, en parte porque las consideramos ajenas y lejanas. Nos instruyeron también para juzgar y actuar en consecuencia, denunciando y utilizando los procedimientos legales e informativos para que no se repita el daño y el sufrimiento que señalaban aquellos lemas de los campos de exterminio, el 'nunca más', o el imperativo categórico formulado por Adorno: «Debemos reorientar el pensamiento y la acción para que Auschwitz no se repita, que no vuelva a ocurrir nada semejante». Ahora, paradójicamente, lo repiten los dirigentes israelíes contra el pueblo palestino, en ese campo de exterminio a cielo abierto que es la Franja de Gaza.
Debemos enfocar bien la mirada para constatar que las conquistas que, sin duda, supuso dotarnos de la 'Declaración de los Derechos Humanos' no son duraderas aunque estén establecidas en la legalidad internacional. No hay derechos consolidados. Los derechos no se consolidan, sino que solamente sobreviven si nos movilizamos continuamente por ellos y si no lo hacemos nos hacemos cómplices, encubridores de todo aquello que nos deja indiferentes. Y nos pareceremos a aquellos alemanes que decían ignorar los campos de exterminio a los que transportaban a los judíos en vagones de tren como si fuesen ganado. No debemos dejar que el gobierno de Israel, apelando a la legítima defensa, tras los atentados llevados a cabo por las milicias de Hamás, el pasado 7 de octubre, se vengue atacando a la población civil indefensa, destruyendo las ciudades, bombardeando hospitales, campos de refugiados, escuelas gestionadas por la ONU, edificios llenos de gente, infraestructuras esenciales de las redes de agua y electricidad, aniquilando a familias enteras y sometiendo a la hambruna a los habitantes de la Franja de Gaza. Entre las pretensiones del gobierno de Netanyahu está ocupar una tercera parte del territorio de Gaza e impedir que Irán consiga la bomba atómica. Para lograrlo no les importará arrasarlo todo y poner en entredicho todos y cada uno de los derechos humanos.
Termino este artículo, que pretende ser un grito, con una estrofa de la canción de León Gieco, que cantaron Mercedes Sosa y Ana Belén, muy apropiada para este momento: «Solo le pido a Dios/ que el dolor no me sea indiferente./ Que la reseca muerte no me encuentre/ vacío y solo sin haber hecho lo suficiente…».
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