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Despierto, me levanto de la cama, subo la persiana y ahí están todos los días, dos plantas más arriba en el edificio de enfrente, mirando ... a sus respectivas pantallas dos personas que teletrabajan. Medio dormido aún, pienso que teletrabajar les permite prescindir del tren, el coche, el autobús, la bicicleta o de ir andando al centro de trabajo, cumplir allí las horas estipuladas y tomar luego el camino de retorno para volver a casa. Teletrabajando pueden residir en Gijón en vez de en otra ciudad, por lo que en cierta manera esta modalidad de trabajo puede ser una opción preferible. Pero no todo son argumentos a favor. Veamos algunos en contra.
Viajar o caminar hasta el lugar de trabajo, si no empleamos mucho tiempo en llegar, nos posibilita ir despertando por el camino y experimentar una transición gradual entre nuestra vida personal y laboral. Es muy saludable. Si además a lo largo del trayecto nos da tiempo para poder desayunar en una cafetería, echar un ojo a los periódicos e informarnos de las noticias frescas del día y mantener nuestra primera conversación, aunque sea trivial, con el camarero que nos sirve el café, mucho mejor. Si el trayecto de viaje es largo podemos ir leyendo algún libro, como hacen los que toman el metro o un autobús en las grandes ciudades. Lo que no es nada saludable es desayunar o comer frente al ordenador y además ni siquiera quitarse el pijama. Cambiarse de ropa viene muy bien y hacer un paréntesis mientras comemos, nos permite relajarnos un poco y hacer una mejor digestión.
Por otra parte, el teletrabajo tiene algo de paradójico. Aparentemente nos comunicamos todo el tiempo mediante plataformas, reuniones telemáticas y por teléfono, pero lo que en realidad hacemos es aislarnos, suprimiendo cualquier relación social. Perdemos así nuestra condición de seres sociales, que es lo que nos hace ser humanos. Somos, como decía Aristóteles en el libro I de 'Política', un 'zoon politikon', un animal social y político por naturaleza que necesitamos a las otras personas. Un ser humano aislado está perdido. Cualquiera de nosotros sabe muy poco de la mayor parte de las cosas, lo que sabemos proviene de lo que saben los demás gracias a que vivimos en colectividad. Cuando abrazamos acciones colectivas que alimentan la fraternidad entre compañeros, la mayor parte se gestan en una atmósfera dialogante con los demás. Teletrabajando dilapidamos la capacidad de transmitir a los compañeros lo que pensamos y sentimos, oír lo que ellos piensan y entablar conversaciones y vínculos tomando un café o chateando unos vinos. El teletrabajo nos convierte en mónadas, en sujetos atomizados que reducen el sentido del tacto a su mínima expresión. Sin tacto el cuerpo no segrega oxitocina, neurotransmisor que tiene un papel fundamental en el sentido de pertenencia a una comunidad.
Hubo momentos del capitalismo donde te expropiaban el tiempo presente y los movimientos de tu cuerpo para rendimiento del capital (se llamaba productividad). Desde el taller a la época fordista el control de los tiempos presentes se convirtió en fuente de riqueza. No fue suficiente. En tiempos posteriores se expropió el tiempo de descanso. Se llamó 'sociedad de consumo': producir mientras se descansaba, producir en vacaciones, en momentos de ocio, en la jubilación rebosante de viajes. Y al final llegó la expropiación del tiempo futuro: la vida de la humanidad como hipoteca. Gastaron los recursos de las generaciones futuras, nos absorbieron el tiempo de atención, los proyectos personales, las vocaciones, los afectos y la esperanza. Se apropiaron del futuro, porque el tiempo futuro era rentable.
Comentaba Franco Berardi que «la mutación conectiva se manifiesta de modo particular en las formas de la socialización laboral. El proceso de trabajo social es alimentado por la red digital y ésta funciona como un superorganismo capaz de subsumir y fluidificar fragmentos de tiempo humano abstracto, uniformado, recombinante. La noción marxista de 'trabajo abstracto' definía un proceso de separación del acto de trabajo de su específica utilidad concreta y, por ello, de una forma particular de habilidad: en el proceso de abstracción, la distribución del trabajo pierde cada vez más sus características individuales, específicas y concretas». En el tránsito del sistema de máquinas tradicionales al sistema-red, el proceso de abstracción involucra la naturaleza misma del tiempo humano y modifica su percepción subjetiva. El capital no tiene necesidad de hacerse cargo de un ser humano para poder sustraerle el tiempo objetivo del que la persona dispone. Puede apoderarse de fragmentos separados de su tiempo para recombinarlos en una esfera separada de la que corresponde a la vida individual del trabajador. Se produce así una verdadera escisión entre percepción subjetiva del tiempo que fluye y la recombinación objetiva del tiempo en la producción de valor. Para el capital ya no es más necesario usufructuar el tiempo completo de la vida de un trabajador: sólo necesita fragmentos aislados de tiempo, instantes de atención y de operatividad. Remedios Zafra sostenía que cuando «nos ofrecieron elegir dónde y cuándo trabajar, aceptamos el dónde, pero se nos engañó en el cuándo, porque cedimos todo el tiempo». Aunque nos marquemos un horario, cuando teletrabajamos normalizamos que todo el tiempo es tiempo disponible para trabajar. Recuerdo que durante la pandemia tuve que teletrabajar porque se suspendieron las clases durante meses y a cualquier hora sonaba el teléfono con algún mensaje o envío de tareas de los alumnos, mañana, tarde y noche, incluso fines de semana. Fue horrible.
En suma, argumentar a favor o en contra del teletrabajo y abrir un debate fructífero entre empresas y trabajadores es necesario, ahora que las empresas pretenden que los trabajadores vuelvan al menos algunos días a la oficina. Según dicen tienen evidencias que la productividad es más de un 10% superior en la oficina y que el teletrabajo no es competitivo. ¿Qué pensarán mis vecinos de enfrente?
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