Vulnerables
La seguridad total no existe y hay una creciente incapacidad de las instituciones estatales y sociales para gestionar bien cuando todo se desmorona
El apagón que sufrimos el otro día me condujo a tiempos pasados, cuando la tecnología era distinta y las infraestructuras eléctricas eran más inestables. Recuerdo ... dos cortes de luz, allá por el año 1990, en Turón, donde residía entonces porque daba clases en el instituto. Me remito tan lejos en el tiempo porque creo que solo alejándonos podemos analizar en contexto lo sucedido ahora después de tanto atracón digital y no pasar por alto de dónde venimos, al objeto de no creernos semidioses con los artilugios tecnológicos de los que disponemos que, como hemos visto, también se pueden ir al garete en cualquier momento. Aquellos apagones del pasado eran de los 'de verdad', es decir, de los que no venía la luz hasta el día después, si es que volvía.
En el primer apagón no disponía de 'kit de supervivencia', así que bajé a tomar una sidra y unos pinchos al bar Cabojal, que estaba al lado de casa. Estuve platicando con los pocos parroquianos que estaban en el bar a la luz de las velas. Me dijeron que cuando se iba la luz tardaba mucho en volver (tenían asumido los cortes de suministro cuando había climatología adversa). La segunda noche de oscuridad fue en pleno invierno cuya causa debió de ser una gran nevada que cayó. En esta ocasión contaba con una linterna, algunas velas y tenía en casa algo para comer. Pensé: si pasa lo de la otra vez, tardará la luz en volver, así que me dispuse a leer un libro a la luz de las velas. Desprendían una luminosidad tan tenue que no veía las letras, por lo que decidí abandonar la lectura, vivía solo y el bar Cabojal ese día creo que estaba cerrado por descanso, así que merendé algo y me fui estoicamente a la cama sobre las nueve de la noche. Al día siguiente madrugaba.
Obviamente, no es lo mismo que la luz se vaya en una determinada zona (experiencia cotidiana vivida por los que estamos entrados en años), que toda la Península Ibérica se quede sin luz, como ha ocurrido ahora. Aquellos apagones y este difieren en la dimensión, en las infraestructuras energéticas que teníamos hace muchos años, en el tipo de energías utilizadas y en sus posibles causas. Sin embargo, se asemejan al menos en dos cosas: en ambos apagones la red eléctrica tenía y parece ser (según los expertos) que sigue teniendo deficiencias en las infraestructuras, y en que seguimos como es lógico siendo vulnerables, es nuestra condición humana.
De aquellas no había internet, ni telefonía móvil, pero las sociedad de entonces y la de ahora, se han ido construyendo en una dependencia casi total de la electricidad y, por consiguiente, cuando hay un apagón, aunque solo sea de unas horas, todo se derrumba. Los móviles sin carga en la batería se apagan, no podemos comunicarnos en la distancia con los seres queridos; los cajeros automáticos no funcionan, no se puede pagar con tarjeta: las recetas electrónicas médicas no sirven, los respiradores que tienen los pacientes en sus casas se detienen; los trenes paran, los ascensores ni suben ni bajan; los alimentos congelados sin refrigeración se estropean… Todos los electrodomésticos que nos han hecho la vida más sencilla y los artilugios del mundo digital no funcionan sin energía eléctrica. Entonces es cuando nos damos cuenta de lo frágiles que somos. Tenemos que comprender el gran apagón como una lección, una sacudida a nuestra forma de vivir, una especie de simulacro que nos hizo volver a convivir durante unas horas con lo básico, con lo próximo. Volvimos a comunicarnos de viva voz, sin teléfonos, sin pantallas, sin redes, sin televisores. Al igual que pasó durante la pandemia sufrida, no sé si nos hemos dado cuenta que avanzar, sin recordar lo esencial, no es progreso, es olvido. Y no debemos olvidar que por mucho avance tecnológico seguimos siendo sociedades vulnerables. La seguridad total no existe y hay una creciente incapacidad de las instituciones estatales y sociales para gestionar bien cuando todo se desmorona.
El apagón es la consecuencia de una política energética fraudulenta y la injerencia en el sistema eléctrico (que un día fue de todos los españoles porque debería ser un bien común, una capa basal del estado), de políticos sin escrúpulos y aves de rapiña, que tras su paso por la política pasaron a ser consejeros y altos cargos de las empresas energéticas que se apropiaron del sector público. Se les dejo hacer su voluntad sin ningún tipo de control por parte de sucesivos gobiernos (tanto de derechas como de izquierdas) y cuyo principal objetivo fue enriquecerse. De aquellos polvos en política energética (pueden buscar en internet información sobre lo que cobran, la actual presidenta de Red Eléctrica, Beatriz Corredor, o Aznar, González, Elena Salgado, Josu Jon Imaz y muchos otros) estos lodos de penumbra: lo que pagamos los ciudadanos en la oscuridad del recibo de la luz, que cambia de precio cada minuto y cada hora debido al trapicheo con el 'mix' energético; que mantiene a sinvergüenzas y vividores que no han invertido lo que debían en unas infraestructuras obsoletas, que carecen de sistemas de estabilización cuando entran fuerte las renovables. No solo se trata de apostar por las renovables, que está muy bien, sino hacer compatibles distintas fuentes energéticas que puedan operar a la vez con todas las garantías y asegurar un sistema eléctrico estable, eficiente y que, por supuesto, no nos estafe a los ciudadanos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.