Candás y la pesca del bonito
Por aquellos entonces, apenas si le quedaban días a la primavera, y ya los barcos boniteros de Candás estrenaban otra vez sus colores sobre el ... agua: 'El Panchita', la 'Asunción', el 'María Antigua', la 'Amistad', el 'Josefina', la 'Emperatriz'… silbaban llamando a los marineros, esa raza descalza que bajaba de mahón y cesta oliendo a vino y a tabaco. En el muelle, el humo de los barcos hacía del cielo una espesura de pizarra a través de la cual se podía ver el sol redondo y pequeñito como una luna sin noche. ¡Parie alante! Y los barcos salían hacia la raya donde el bonito, de boca afilada y alas de golondrina, era el rey de la mar.
Ferrado en el acero, las varas los iban subiendo, entre temblores, hasta los careles, a morir sobre las tablas de cubierta. En Candás se cantaba aquello de: «Y para pescar bonitos, Dios me dé a los candasinos». La mar dijo que sí, y, como lingotes de plata, quedaban unos sobre otros acostados entre hielo. El barco, con su vientre cargado de bonitos, casi esfondado, se alzaba por sobre una mar alta de retorno. Poco a poco las olas se iban rizando, y las gaviotas volaban sobre los gallardetes cerca ya de los muelles natales. El pueblo se ponía igual que un día de fiesta. Y otra vez aparecía el trastorno de los colores, el humo de los barcos, las voces de mar a tierra, la sirena de la rula… Y una guirnalda de trabajo iba pasando, con mimo y con ternura, los bonitos azul cobalto, de mano en mano, de palma en palma, del barco a tierra igual que si fueran niños pequeños dormidos que los sacaran del frío al sol.
¡El bonito!, alma, pan blanco, sangre y vida de generaciones y generaciones de candasinos. Llegada la costera se comía con todo: frito, en migas y trozos, en vinagre, guisado y en empanada, bonito al horno, bonito con bonito, rollo de bonito… Y preparado por cientos de mujeres candasinas en latas parecidas a barquitos, todas adornadas con los nombres de Conservas Herrero, Ortiz, Portanet, Albo, Ojeda, El Remo, donde tantos años trabajó mi madre.
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