Liturgia del dolor
El cuerpo de los cristianos casi siempre ha tenido tradición de inmolarse, a entregar su cuerpo como ofrenda a no sé qué divinidad en un ... almodobarismo tenebroso. Somos tan crueles como cuando destripábamos a los moros y a nosotros mismos.
Muchos cristianos han elegido morir sangrando con el fin de conseguir la inmortalidad, que al final es una sagaz cobardía. En este sentido, la Semana Santa es algo así como un tratado del dolor, del sufrimiento como destino, y de la angustia de la belleza como aspiración inalcanzable. De los trajes y mantos, de los sudarios y faldones de Cristos y Vírgenes de la Semana Santa sale un reflejo de muerte, un cuadro sombrío de la vida, una soledad grandiosa, un retorno al cucurucho, a la carraca, los clavos, las espinas y los martillos que recuerdan a la secta musulmana de los chiitas. Y es que sabemos que España es un país religioso patético-festivo. Un auto sacramental callejero, en el que el Rabinato ha enseñado a los fieles a conquistar el cielo con los pies descalzos: Con viacrucis, sanedrines, Judas y San Pedros, que siempre niegan antes de que cante el gallo. Además, aquí, casi siempre, han sido los pobres los que llevan las Vírgenes con mantos y enaguas de terciopelo, oro y alhajas. Sobre todo, los católicos andaluces (de charanga y pandereta) llaman a los simpapeles para que lleven a cuestas a sus Vírgenes, que son como monumentos nacionales cargadas de abalorios.
En estos días, esto es un parque temático del imaginario católico-español: Lutos, rosarios, mantillas de blonda, peinetería de carey, saetas, música marcial y capirotes. Todo fascinante y trágico. Por eso Don Quijote sólo sirve para España.
Su 'Triste figura' grita. Pero España siempre ha tenido un oído de piedra y cara de Cristo de Velázquez con melena y sombras que parten su rostro y su figura en las dos España de siempre: Guerrilla, Quijote, Tenorio, Buscón, Celestina, Corte de los milagros… ¡Qué sé yo! Semana Santa española y también gijonesa. Más espectáculo que piedad, pero en la que, felizmente, saludamos a la primavera, que siempre es una resurrección.
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