El maíz florece en Carreño
Llegó de México en las bodegas de los barcos y desde el siglo XVII fue uno de los alimentos principales de nuestro pueblo. Desde entonces ... el maíz nunca traicionó a la tierra asturiana. Ya puede ser la lluvia tardía, duro el viento, recio el sol, que el maíz, libre y altivo como un ejército en formación, apuntando como lanzas el haz de sus hojas, llenan de hermosura los campos de Carreño. Ya desde Carrió, subiendo hacia Albandi, Dormón, la Vega de Perlora, Coyanca, la Matiella, el Valle y Guimarán…; y en el concejo vecino, contemplado desde el Llagarón, vemos el maizal de Matías, en la Granda de Antromero. Todos ellos colman nuestra vista de una plenitud verde, un verde que se irá tostando a medida que vaya entrando el otoño.
Tal vez el maíz sea ahora de una casta distinta (maíz para el forraje) al de mi niñez del que, por aquellos entonces, salía blandamente la fariña en los molinos de Perlora, el Sevillano y el Pielgo. Pero da gloria ver, como si fuera una Pampa, tantos maizales estrenando cada año la tierra roja de Carreño. Y mucho más ahora en el que el mundo de hoy tiene el poder de envenenar la tierra o llenarla de 'ocalitos', ese árbol nefasto que ha ido destruyendo el monte y el paisaje asturiano para enriquecer a las papeleras con el beneplácito de la Consejería de Medio Rural y de Política Agraria.
El maíz, ya está dicho, trae también la melancolía del otoño. Uno quisiera conservar siempre el verde y el temblor de sus hojas, verlo como una mar en tierra, pero habremos de abandonar tanta hermosura hasta volver a verlo estrenar la tierra y asomar la punta de su tallo a una nueva primavera.
Entonces, por los tiempos de san Cosme y san Damián, como canta nuestro Víctor Manuel, los maizales, seguramente, seguirán siendo, en las romerías, un lugar de caricias y besos para los amantes.
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